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Cuando venimos torcidos, peleados con el mundo, cabe la posibilidad de que algún material de autoayuda se aproveche de nuestra guardia baja y nos dé un poco de ánimo, de apoyo. De otra forma, en pleno uso de nuestras facultades emotivas, lo más probable es que esos libros cargados de frases esperanzadoras, de instrucciones para la vida, tengan el efecto contrario y nos insuflen un instinto asesino contra el autor. Lo mismo va para las películas como Belleza inesperada que, pese a su gran elenco, resulta un irritante compendio de poesía barata y filosofía de sobrecito de azúcar.
“Todos deseamos amor, queremos más tiempo y le tememos a la muerte. Eso nos conecta a todos los seres humanos”, define en la primera escena Howard (Will Smith), dueño de agencia de publicidad, considerado “el poeta y filósofo de Madison Avenue” (la avenida neoyorquina donde se concentran las empresas publicitarios). El oficio del protagonista no es casual: la película está cargada de eslóganes tan efectivos como huecos. Y eso que Howard no está trabajando: se le fueron las ganas de vivir a raíz de la muerte de su hija de seis años. Pero sin él, la agencia se va a pique, y sus socios (Kate Winslet, Edward Norton y Michael Peña) están desesperados.
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