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Aunque suele pensarse que la Conquista de México y la evangelización de los pueblos originarios son cosas muy diferentes, no se podría entender la expansión imperial y comercial de la España de Carlos V, ni la explotación masiva de los yacimientos mineros de América, sin la connivencia de militares y frailes. Pese a lo paradójico que pueda sonarnos, los intereses imperiales y los principios católicos estaban en armonía debido a que el cristianismo es una religión tan extraña que es capaz de justificar guerras, Cruzadas e instituciones como la Inquisición y, a un mismo tiempo, predicar sobre amor universal y protección a los débiles nuestra tendencia a concebir Conquista y evangelización como empresas independientes señala el académicoes herencia del siglo XIX. De hecho, el ver a la primera como un evento nefasto y a la segunda como lo único rescatable de ese periodo salió de las mentes de los historiógrafos decimonónicos quienes, aunque liberales y hasta masones, en el fondo eran católicos y, por lo mismo, consideraban a la llegada del cristianismo como algo necesario para civilizar a las culturas originarias de Mesoamérica.
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