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El tejido óseo es aquel que compone los huesos. El hueso, junto con el esmalte y la dentina, son las sustancias más duras del cuerpo de los animales. Los huesos conforman las estructuras que protegen a los órganos vitales: el cerebro está protegido por el cráneo, la médula espinal por la columna vertebral, y el corazón y los pulmones lo están por la caja torácica.
Los huesos también sirven como “palancas” para los músculos que se insertan en ellos, multiplicando la fuerza que esos músculos generan durante la ejecución de los movimientos. La rigidez que proporciona el hueso permite la locomoción y el soporte de las cargas en contra de la gravedad.
El hueso es un tejido vivo dinámico que está en constante cambio y estos cambios son estimulados por la presión y las tensiones a las que es sometido este tejido. Por ejemplo, la presión estimula la resorción (destrucción) y la tensión puede estimular la formación de hueso nuevo.
Los huesos constituyen el principal depósito de calcio y fósforo de organismo: casi el 99% del total de calcio del cuerpo humano está almacenado en el tejido óseo. La masa ósea total varía a lo largo de la vida de un animal. Durante la fase de crecimiento, la formación ósea supera a la resorción (destrucción) y el esqueleto crece y se desarrolla.
Inicialmente aumenta su longitud y luego su grosor, alcanzando su máximo entre los 20 y 30 años en los humanos. En el adulto (hasta más o menos los 50 años) hay un equilibrio entre la formación y resorción ósea.
Este equilibrio está dado por un proceso de recambio que se conoce como “remodelación ósea” y que afecta, al año, del 10% al 12% de la masa ósea total. Posteriormente comienza un proceso degenerativo en el cual la resorción supera a la formación y la masa ósea va disminuyendo lentamente.