¿El rap es un arte malo?
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rear tuvieran un apartado musical, sí alentó becas en la disciplina. Los sueños del editor húngaro-estadounidense, que ansiaba fundar la primera universidad de periodismo, se consumaron en forma póstuma: desde 1917 existen los Premios Pulitzer pero fue a partir de 1943 que se empezó a distinguir los logros musicales. Entonces, el elegido fue el compositor William Schuman, que según el jurado fue el merecedor porque su obra (Secular Cantata No 2: A Free Song) se ajustaba a la prerrogativa convocante: “Una composición musical distinguida, de dimensión significativa, a cargo de un estadounidense que la haya estrenado en su país durante el año en curso”. Durante más de siete décadas, las distinciones oscilaron entre diversos géneros: la música contemporánea, clásica, ópera, banda sonora y, tímidamente, el jazz, contándose el trompetista Wynton Marsalis y el saxofonista Ornette Coleman entre los agasajados.
Como era notorio hasta el lunes 16 de abril, un modus operandi almidonado, circunspecto, muy poco sensible a los descomunales cambios que se dieron en la música popular estadounidense en las últimas décadas. Así las cosas, el anuncio del premio al rappero Kendrick Lamar, oriundo de Compton (Los Angeles) a partir de su álbum Damn, no sólo abrió una nueva perspectiva en la forma de repartir méritos en el área musical de los Pulitzer, sino también en la manera de justificarlos.
“Una colección virtuosa de canciones, unificada por su autenticidad vernácula y su dinamismo rítmico, que ofrece viñetas afectivas que capturan la complejidad de la vida afroamericana”, explicó sobre Damn el jurado del premio. Y a excepción de la referencia al ritmo, todo se orienta a destacar la capacidad lírica de Lamar. Teniendo en cuenta que en las 75 ediciones anteriores la música condecorada, salvando algunas óperas, era eminentemente instrumental, la audacia del comité de selección parece ser mayor aún. Uno de los cinco integrantes del panel de jurados, el crítico musical David Hadju, le dijo a The New York Times que el trabajo de Lamar entró en discusión “una vez que nos dimos cuenta de que muchos de los trabajos ‘clásicos’ que estábamos evaluando tenían una clara influencia del hip hop. Eso nos llevó a poner sobre la mesa el hecho de que el rap tiene valor en sus propios términos, y no sólo como un recurso a emplear dentro de un campo que es ampliamente reconocido por el establishment institucional como serio o legítimo”.
Junto a sus compañeros Regina Carter (violinista), Paul Cremo (del Metropolitan Opera), Farah Jasmine Griffin (profesor de la Universidad de Columbia) y el compositor David Lang, Hadju colaboró en la unánime elección de Damn. “No lo pensamos porque fuera popular. El ímpetu partía de decir: ‘Escuchen esto. Es realmente brillante’”. “Es un trabajo muy poético”, amplió por su lado Regina Carter. “Se tiene la sensación de que si tomáramos esas letras y las pusiéramos en una canción, igualmente funcionaría como literatura”.
La parábola de la violinista-jurado acaso complemente los argumentos que, hace un par de años, llevaron a la elección de Bob Dylan como Nobel de Literatura. Por un lado, la intención progresista de la academia de incorporar la cultura popular a su esquema de premiación. Por el otro, la imposibilidad de apreciarla y juzgarla en sus propios términos, obligada a desmenuzarla para que se asemeje a sus propias y limitadas expectativas de forma y fondo. Como si una canción, de Dylan o Lamar, no estuviera articulada por el diástole-sístole indivisible de música y letra.
Respuesta:
me vengo uwu
Explicación:
ajajajajajajaj lo necesito porque esoy haciendo las 5 hojas y deje las faciles por que me marean un poco y es raro