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Cuando los primeros humanos descubrieron el fuego, su vida se hizo más fácil. Podían reunirse en torno a las fogatas para calentarse, tener luz y estar protegidos. Lo utilizaban para cocinar y así podían consumir más calorías que cuando comían alimentos crudos, difíciles de masticar y digerir. Por las noches socializaban hasta tarde, lo que quizá propició que comenzaran a contarse historias y surgieran otras tradiciones culturales.
Sin embargo, el fuego también tenía desventajas. En algunas ocasiones, el humo les quemaba los ojos y los pulmones. Es probable que la capa exterior de su comida estuviera carbonizada, lo cual pudo aumentar el riesgo de desarrollar algunos tipos de cáncer. Al estar reunidos en un solo lugar, también era más fácil que se transmitieran enfermedades.
Gran parte de los estudios realizados hasta ahora se han concentrado en la ventaja evolutiva que el fuego representó para los primeros humanos. Se han estudiado mucho menos las consecuencias negativas del fuego y la forma en que los humanos se adaptaron a ellas, o no lograron adaptarse. En otras palabras, ¿cómo influyeron los efectos dañinos del fuego en nuestra evolución?
“Yo diría que por el momento se discute más en conversaciones informales”, opinó Richard Wrangham, profesor de antropología biológica de la Universidad de Harvard y autor del libro Catching Fire: How Cooking Made Us Human. La premisa de su obra es que cocinar provocó cambios positivos en la biología humana, como cerebros más grandes.
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