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Curiosamente es fácil escribir un breve resumen de la guerra de los Mil Días: En octubre de 1899, el ala belicista del partido liberal se levantó en contra del régimen conservador, entonces representado por el muy viejo presidente Manuel Antonio Sanclemente y el no muy joven vicepresidente José Manuel Marroquín, atacando de manera muy improvisada a Bucaramanga.
La guerra duró tres años y sus principales escenarios fueron Santander --los famosos combates de Peralonso y Palonegro--, Tolima, partes de la Costa y Panamá. Se complicó con el apoyo intermitente de gobiernos vecinos, amigos de la rebelión: el de Venezuela, principalmente, pero también los gobiernos del Ecuador y de Nicaragua; fueron sus presidentes Cipriano Castro, Eloy Alfaro y José Santos Zelaya, respectivamente. Como tantas guerras, ésta fue una lucha entre dos incapacidades y dos incoherencias, sufriendo el liderazgo liberal aún más divisiones y demoras que el alto mando conservador. Sin embargo, los conservadores tuvieron las ventajas de mayores recursos físicos, fiscales, administrativos y diplomáticos, líneas interiores de comunicación y el dominio del corazón del país con su mayoría de la población reclutable; nunca perdieron su control del río Magdalena.
El golpe de estado del 31 de julio de 1900 puso fin a la presidencia de Sanclemente, pero quedaron decepcionados quienes pensaban que Marroquín iba a hacer la paz por vía de concesiones. Los liberales bajo el general Herrera lograron importantes victorias en Panamá, pero no pudieron trasladar su ejército desde allá hacia Tierra Firme. Surgieron múltiples guerrillas, y hacia fines de la guerra el gobierno empleó métodos bastantes drásticos en su represión. En medio del agotamiento general del país y sin perspectivas de éxito los liberales, a fines de 1902, terminan la guerra con una serie de tratados con el gobierno, los principales el firmado abordo del USS Wisconsin por el general Herrera, y el de Neerlandia, firmado por Uribe Uribe. En parte como consecuencia de la guerra, pronto se separó Panamá. La prolongada guerra devastó la economía del país, aunque bajo su sombra florecieron negocios turbios y escandalosos. Nadie sabe cuántos murieron, muchos a causa de las epidemias y pestes que hallaron en la guerra su caldo de cultivo. Un contemporáneo da la cifra convencional de cien mil, una proporción muy alta para la pequeña población de ese entonces. Sin duda fue la guerra civil más fatal y destructiva de todas las guerras civiles formales que ha sufrido el país.
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