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Respuesta:Mucho ha llovido desde que Simone de Beauvoir pronunciara aquella famosa frase que una no nace mujer llega a serlo. Tras décadas de trabajo y activismo feminista, la mayoría de nosotros acordaría hoy que las diferencias entre hombres y mujeres son adquiridas socialmente más que fijadas biológicamente. Algunos todavía tendrán la tentación de mantener vivo el mito del determinismo biológico para explicar conductas violentas, orientaciones geoespaciales, capacidades amatorias o habilidades verbales en base a fluctuaciones hormonales y hemisferios cerebrales.
Sin embargo, que el género constituye una de las divisiones más fundamental de nuestras sociedades es difícil de cuestionar por muy polémico que pueda resultar el término. Si no son los rasgos biológicos los que dictan las desigualdades entre mujeres y hombres, si aceptamos que nuestras conductas son consecuencia de un complejo entramado de factores sociales y culturales que nos condicionan incluso antes de nacer, el desafío colectivo consiste entonces en desvelar las profundas raíces sociales de la desventaja.
En Occidente algunas de estas brechas, por ejemplo las que tienen que ver con el acceso a la educación y el rendimiento académico, se han reducido a cerodo
MÁS ALLÁ DE LA TEORÍA DE LA EVOLUCIÓN
Las mujeres no están sistemáticamente peor pagadas porque no puedan acceder por su naturaleza a empleos mejor remunerados, los hombres no dominan posiciones de poder económico y político porque tengan un impulso innato al liderazgo, niños y niñas no son cuidados principalmente por sus madres porque sus padres carezcan del instinto materno necesario. La lista es infinita, el punto es claro: la anatomía o la teoría de la evolución ofrecen poca ayuda si lo que nos interesa es desentrañar los mecanismos, más o menos opacos, de la desigualdad.
En todo el Planeta Tierra las desventajas a las que se enfrentan mujeres (y niñas) son una fuente principal de desigualdad. El índice de las Naciones Unidas (GII) identifica diferencias sistemáticas entre los sexos en relación a indicadores relacionados con la salud, la educación, la política o el empleo.
EXCLUSIÓN EN EL MUNDO
Estas diferencias no son únicamente relevantes desde una óptica de justicia social, sino que están estrechamente relacionadas con el desarrollo humano. Si bien la tendencia global indica una reducción progresiva y generalizada de estas brechas, las diferencias entre regiones siguen siendo muy significativas. En algunas partes del mundo como por ejemplo América Latina, el Sureste Asiático, los estados árabes y África subsahariana las mujeres están sistemáticamente excluidas de la esfera pública y derechos sociales. En Occidente, algunas de estas brechas, por ejemplo, las que tienen que ver con el acceso a la educación y el rendimiento académico se han reducido a cero.
No obstante, hay dos apreciaciones importantes que hacer: primero las diferencias entre países (En Europa entre el Norte y el Sur) siguen siendo muy considerable fundamentalmente por un esfuerzo muy desigual en la acción política en este terreno. Segundo, a pesar de que la emancipación de las mujeres es probablemente el motor más potente de cambio de nuestras sociedades, surgen nuevas manifestaciones de desventaja que son fuentes de conflicto y generan a la vez nuevas posibilidades de acción. Estas nuevas líneas divisorias están incrustadas dentro de un contexto global y se relacionan con múltiples formas de desigualdad. La violencia de género es sin lugar a dudas el fenómeno más saliente a este respecto.
Las mujeres son con frecuencia objetivo de las políticas como víctimas y también como fuente de soluciones al producir 'retornos efectivos'
MOVIMIENTOS SOCIALES
La movilización política y la intervención pública en problemas como la violencia, la migración forzosa o el tráfico de mujeres han necesitado décadas para su cristalización gracias al trabajo sobre todo de movimientos sociales de base. En este sentido, el espacio para la movilización es un espacio global que reivindica, como afirma Nancy Fraser, una justicia post-nacional como única capaz de dar respuesta a las luchas por una redistribución social y económica más justa. Al mismo tiempo, esta interconexión global exige respuestas políticas que se adapten a las especificidades de los contextos locales.
Las mujeres son con frecuencia objetivo de las políticas como víctimas y también como fuente de soluciones al producir ‘retornos efectivos’ (en las ayudas al desarrollo y programas de lucha contra la pobreza, por ejemplo). Mientras tanto, discusiones en torno al papel de los hombres dentro de estos sistemas y la necesidad de intervenir en las dinámicas relacionales de estas desigualdades de género están todavía ausentes de los debates. Enfrentar las causas y las consecuencias de la desventaja implica centrarse en los orígenes mismos de la ventaja social, en cómo y cuánto las ganancias de algunos dilucidan la pérdida de tantas otras.
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