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Querido REFUGIADO del Congo: sabes que nadie va a decorar con esperanzas tu catedral de barro, fiebre y heces.
Sabes que nadie tiene tiempo ni coraje para mirarte a los ojos con la franca ira con que tú traspasas al fotógrafo y decirte que, probablemente, tus hijos correrán la suerte de los fugitivos. Huir, llorar, tiritar, pasar hambre, enfermar bajo la lluvia y seguir huyendo de una guerra que enfrenta a desgraciados e ignorantes soldados en el este de tu patria. Estas solo, como África entera, como las tumbas de tus antepasados.
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