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Popocatepetl e Iztaccihuatl
Cuenta la leyenda que en el imperio Azteca había un importante guerrero llamado Popocatépetl, que amaba a la hija de uno de los jefes: Iztaccihuatl. Antes de irse a una guerra, Popocatépetl se despide de Iztaccihuatl prometiéndole que volvería por ella. Desgraciadamente, otro de los soldados que también estaba enamorado de ella, difundió la falsa noticia de que Popocatépetl había muerto en combate
Cuando Iztaccíhuatl se enteró, decidió quitarse la vida. Tiempo después el guerrero vuelve por ella, y al encontrarse con que estaba muerta; no aguantó la tristeza y murió también. Ante esto, los dioses se conmovieron y los transformaron en dos de los volcanes más grandes del centro de México, que actualmente llevan sus nombres.
Anahí y la flor de ceibo
En las orillas del Paraná, al este de Argentina, vivía una joven guaraní que cantaba de una manera especial. A la llegada de los “conquistadores”, Anahí fue apresada junto con otras personas del pueblo. Una noche se escapó, pero rápidamente la descubieron. Su condena fue la muerte, atada a un árbol para quemarla. El día que se cumplió la condena, y mientras su cuerpo ardía, Anahí comenzó a cantar. A la mañana siguiente, en el lugar donde su cuerpo se hacía consumido, aparecieron varias flores rojas, que ahora son la Flor Nacional Argentina y se llaman “Flor de ceibo”.
Está leyenda nórdica cuenta que hace muchos años existía un gigante que tenía un molino mágico. El molino era pequeño y podía producir sal. Un día, el gigante se lo regala a una mujer viuda y a su pequeña hija. Ambas trabajan con el molino y obtienen tanta sal que pueden venderla al pueblo. Desafortunadamente un duende, celoso del molino, lo roba y lo arroja al mar. Y por está razón el agua del mar es tan salada.