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Era una mañana de invierno y ráfagas frías venían, a ratos, desde el río próximo. El personal policíaco de Capibara-Cué se hallaba reunido en el salón principal de la comisaría, alrededor de un brasero improvisado con una vieja lata de querosene, que a la vez que entibiaba el ambiente, servía para mantener en su punto la temperatura del agua de la pava con la cual el agente Ojeda cebaba interminables mates a sus superiores.
Don Frutos terminó de sorber uno de ellos y dijo socarrón:
—Este mate no se parece nicó a la cara 'e Leiva.
—¿Por qué pa, don Fruto?
—Porque el mate está lavao y tu cara no.
Presintiendo una broma, el aludido inquirió, desde adentro del capote en que encerraba su frío:
—Salga d'ahí, comesario, si bien tempranito lo hise porque no le tengo miedo al agua…
Pensó un momento y luego agregó:
—El que parece que se ha pegao a laj sábana es l'ufisial, porque ya son laj ocho pasada y no viene.