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El proceso democrático, aunque atribulado, demostró su vigencia en Corea del Sur con la victoria del líder opositor, Kim Dae Jung, en las elecciones presidenciales del jueves último. El otrora disidente, perseguido por los regímenes militares de antaño, obtuvo una clara victoria sobre el oficialismo. Dicho desenlace apunta hacia nuevos horizontes pluralistas en aquella potencia asiática, hoy sacudida por la severa crisis financiera que agobia a la región.
El rumbo político ha sido subrayado por dos importantes decisiones anunciadas por el mandatario electo durante el reciente fin de semana: la propuesta para iniciar conversaciones directas con el jefe máximo norcoreano, Kim Jong II, y el indulto para dos expresidentes convictos de corrupción. La primera medida, de prosperar, permitiría un acercamiento inédito entre el gobierno democrático del sur y el régimen comunista del norte, impensable durante décadas. Hasta la fecha, los intentos para normalizar las relaciones entre ambos países se han efectuado a través de canales multilaterales, promovidos por Estados Unidos, y sus resultados han sido magros.
El segundo paso, acordado con el mandatario saliente, pondrá en libertad a Roh Tae Woo y Chun Doo Hwan, quienes cumplen largas sentencias de cárcel impuestas en 1995 tras ser juzgados bajo cargos de corrupción. Los dos expresidentes encabezaron administraciones regidas por los militares que reprimieron los derechos fundamentales de la ciudadanía, en especial de numerosos disidentes, incluido el Jefe de Estado elegido el jueves, quien sufrió vejámenes y prisión a manos de los ahora perdonados. La magnanimidad de la víctima de antaño evidencia no solo un loable espíritu de reconciliación que augura calmar la polarizada atmósfera surcoreana, sino, además, asoma la intención de reducir la injerencia de los organismos policiales en la vida cívica. Este último aspecto, en particular, beneficiará inmensamente a la democracia en esa nación amiga.
La unidad política interna constituye, sin duda, un requisito indispensable para solventar los graves problemas económicos que afligen a Surcorea. A pesar de la trascendencia de los anuncios del mandatario electo, la respuesta de los mercados ha sido negativa debido a la incredulidad reinante en torno a la solidez de las promesas de austeridad fiscal formuladas por el nuevo gobernante. Un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), clave de la recuperación financiera, exige ajustes hacendarios y enmiendas en el ámbito monetario que arriesgan ceder ante las demandas de sindicatos y diversas agrupaciones afines al movimiento de Kim Dae Jung. El equipo económico entrante ha reiterado el compromiso de acatar las obligaciones asumidas con el FMI, pero las dudas persisten.
Corea del Sur, además de pivote crucial de la economía global, es un aliado clave de Occidente en una zona que espera grandes definiciones. La sombra de Pekín y las convulsiones en los mercados son solo algunos de los complejos retos que aguardan a Kim Dae Jung. No obstante, sus pasos iniciales lucen auspiciosos pues perfilan el liderazgo y la visión esenciales en la presente coyuntura.