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Nada más humano que preguntar. En la Biblia, la historia —el tiempo del homo sapiens— no comienza con la creación del mundo, por supuesto, ni con el soplo divino en el barro de Adán y Eva. Comienza con una interrogante: “¿Cómo es que Dios os a dicho: ‘No comáis de ninguno de los árboles del jardín’?”. Esta, que siembra la duda, la inquietud, es la primera pregunta en el libro de libros. Ser humanos —lo entendió bien la tradición judía, autora de la Biblia— es cuestionar. ¿Y qué es cuestionar? Dudar, buscar, rebelarse. Esta marca del hombre en cuanto especie lo es también del hombre en cuanto individuo. Entendemos que un niño ha nacido a la razón y a su humanidad cuando hace su primera pregunta: ¿por qué? La pregunta de este pequeño asusta no tanto porque no haya respuesta, ni porque, lo sabemos, irá seguida de otra interrogante idéntica, sino porque nos confronta. Nos dice: Ya no basta con tu calor y tu afecto: necesito respuestas, algo más que tus cuidados. Con esas dos palabras, come la criatura del árbol del conocimiento. No se conformaron Adán y Eva con el Edén natural, como no se conforma el niño con el Edén maternal.
El otro gran afluente de nuestra tradición, la Grecia clásica, se funda sobre preguntas. El padre de la filosofía eligió la mayéutica como método de indagación. Sócrates confrontaba, y a la vez guiaba, a sus interlocutores con interrogantes. Mayéutica viene del griego µαιευτικóς, que significa ‘perito en partos’. A fuerza de cuestionarlos, el ateniense extraía de sus contrapartes el conocimiento. Las preguntas, otra vez, como forma verbal de la incertidumbre, como provocación y ruta al saber.
El número de respuestas que hemos dado a una serie de interrogantes fundamentales es insondable. Cada época y cada cultura ha añadido sus matices, sus variantes. A veces, las grandes revoluciones, como la que dio pie a la modernidad, han cambiado de fondo las respuestas. Las respuestas no hermanan: dividen. Nos apartan de nuestros contemporáneos, y también de los hombres de otros tiempos. Lo que tenemos en común los vivos y lo que compartimos con los muertos son algunas preguntas. Nuestro ADN espiritual es sencillo: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?, ¿qué sentido tiene vivir? y un corto etcétera. No es casual, por esto, que el ánimo de una era, la misma modernidad, tenga la que es tal vez su mejor cifra en una pregunta: ¿ser o no ser?
Cada año, Este País prepara un número especial en abril, mes de su aniversario. Desde su fundación en 1991, la revista ha buscado incidir en la realidad nacional y ha propuesto, para ello, ensayos y artículos, es decir respuestas, posibles soluciones que faciliten la toma de decisiones e informen. Este año, sin embargo, quisimos cambiar de forma gramatical: antes que dar respuestas, volver sobre las preguntas, rescatarlas, replantearlas, ponerlas a prueba y tal vez, incluso, hallar algunas nuevas. Lo hicimos por las razones explicadas arriba: las preguntas entrañan un poder único de confrontación; las preguntas guían el pensamiento, le apuntan direcciones, rutas de navegación; las preguntas coligan.
El ejercicio, creemos, funcionó. A fuerza de insistencia, de franqueza, de duda, las 100 interrogantes que hemos reunido desafían a sus destinatarios: el Estado (Gobierno e instituciones), la sociedad misma, cada uno de nosotros. Una afirmación puede ignorarse: es el dicho de otro. No supone una interlocución. Una pregunta bien hecha es un acto inconcluso, la mitad de un intercambio y, aunque el interrogado no quiera responder, deja en él un vacío por llenar, un hueco incómodo.
Estas 100 interrogantes, por la fuerza individual de muchas de ellas pero también por las alianzas que van tramando, indican claramente cuáles son las principales rutas de análisis, reflexión y acción que hay que transitar si de veras queremos darle un futuro a México. Aunque el ejercicio carece de valor estadístico, porque se trató de una muestra libre y se eligió una sola cuando había varias preguntas por autor, constituye sin duda un sondeo. La insistencia en temas como el Estado de derecho, la corrupción y la desigualdad refleja claramente qué problemas son lo que más nos preocupan, los más apremiantes, los que más indignan.