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Respuesta:
El actual estado de la población europea es el resultado de un lento
proceso de evolución en el que pueden distinguirse varias fases. Tras la
Revolución Industrial, a finales del siglo XVIII, hubo un fuerte
incremento de la población en Europa, asociado al inicio de la transición
demográfica. Durante el período 1750-1950, el continente llegó al
cuadruplicar su población inicial de 100 millones de habitantes. Este
incremento es gradual durante todo el período, y se encuentra
parcialmente mitigado por la masiva emigración transoceánica, principalmente dirigida hacia América, mientras que otra parte de la
población fue parcialmente absorbida por las industrias, estimulando el
movimiento rural-urbano.
Durante la primera mitad del siglo XX la población europea mantuvo
una tendencia creciente, con excepción de los repuntes de mortalidad y
los períodos de desnatalidad imputables a la gran epidemia de gripe de
1918-19 y a los años de guerra (9,5 millones de fallecidos directos sólo
en la Primera Guerra Mundial), compensada posteriormente por el baby
boom de la posguerra. Estos conflictos bélicos afectaron con especial
intensidad a la estructura demográfica de estados como Alemania,
Francia y Rusia. Durante este período la emigración hacia ultramar se
ralentizó (década de los treinta), y ya no volvería a reanudarse.
En la década de los sesenta del siglo XX la tasa de crecimiento anual se
mantuvo por encima del 0,5% en casi todo el continente, pues hubo un
segundo e inesperado baby boom, y se produjeron importantes
movimientos migratorios intraeuropeos, entre los que destacan el de
Europa Meridional (Portugal, España e Italia, principalmente) hacia
Alemania y Francia, el de Irlanda hacia el Reino Unido, y el del Norte de
África hacia Francia. Por otro lado, la modernización de las estructuras
agrarias y la demanda de mano de obra en las ciudades incrementó
notoriamente la emigración rural-urbana, lo que causó un notable
incremento de la tasa de urbanización.
En los setenta se produjo un declive de la tasa de fecundidad,
tradicionalmente asociado a la crisis del petróleo de 1973 y al final del
ciclo expansivo de las economías occidentales, que está acompañado
por una contención del crecimiento de las grandes metrópolis y un
auge de las ciudades intermedias.
Desde entonces viene produciéndose una lenta desaceleración del
crecimiento demográfico, así como una convergencia entre las tasas de
los diferentes estados europeos. Las tasas más bajas de natalidad y
fecundidad se registran ahora en los países del Sur de Europa (España,
Grecia e Italia, donde la media es de apenas 1,2 hijos por mujer),
mientras algunos países del Norte ocupan puestos más destacados en
la tasa de fertilidad (Suecia registra 1,9 hijos por mujer). En conjunto,
la mayor parte del continente crece a un ritmo inferior al 0,5% anual, y
sólo algunos microestados como Andorra, San Marino, Liechtenstein o
Luxemburgo poseen tasas superiores al 1% gracias a su saldo
migratorio positivo.