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La Torá nos ordena: “No cocinarás a la cría en la leche de su madre” (Shemot 23:19). La Torá prohíbe comer carne y leche combinados, incluso prohíbe cocinarlos juntos (así como tener un beneficio de esa mezcla). Para prevenir errores, los Sabios prohibieron comer carne y productos lácteos en la misma comida, o prepararlos con los mismos utensilios. Por lo tanto, una cocina kasher debe tener dos juegos separados de ollas, sartenes, vajilla y cubiertos: uno para carnes/aves y el otro para productos lácteos.
Además, se debe esperar hasta seis horas después de comer carne antes de consumir productos lácteos. Sin embargo, se puede comer carne después de comer lácteos (con la excepción del queso duro, que también requiere un intervalo de seis horas). Antes de comer carne después de lácteos, se debe comer un alimento sólido y enjuagar la boca.
Una explicación posible de esta separación es que la carne representa el cuerpo finito, físico, que termina con la muerte. La leche, por otro lado, es la fuente de vida por excelencia, la sustancia con la que una madre sustenta a su infante. En consecuencia, la leche puede compararse con la espiritualidad, que sustenta nuestra conexión con la fuente suprema y eterna de vida.
El judaísmo quiere que tengamos conciencia, en todos los niveles, de la diferencia entre lo que lleva a la vida y lo que lleva a la muerte. Si bien debemos nutrir nuestro cuerpo físico (de hecho, Dios nos permite comer carne sólo para que nuestros cuerpos estén saludables), no debemos mezclar carne con leche. Nunca debemos convertir al cuerpo físico en el objetivo de nuestra vida. Nunca debemos confundir la diferencia entre el mundo físico y mortal y el mundo que es nuestro objetivo supremo, el mundo de la espiritualidad y la vida eterna. Por esta razón debemos mantener separadas la carne y la leche.