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En este trabajo, abordamos la novela Pedro Páramo (publicada en 1955), de Juan Rulfo, centrándonos especialmente en el discurso mítico como elemento fundamental de la novela, en orden especialmente a la crítica del caciquismo representado en la figura de Pedro Páramo. Para ello, analizamos la novela desde los procesos de transculturación, que indican las influencias prehispánicas y occidentales en la novela, y, particularmente, desde dos mitos subyacentes al texto: el mito de la búsqueda del padre y el del viaje al inframundo. Veremos, precisamente, que ambos mitos sugieren una crítica social vinculada estrechamente a la revolución mexicana. El análisis del texto literario y su vinculación con el pensar mítico partirá de la perspectiva crítica de Ángel Rama y de ciertos aportes teóricos de la hermenéutica de Gilbert Durand que nos permitirán focalizar en los esquemas míticos que subyacen a la novela.
which indicate the pre-Hispanic and Western influences in the novel, and, particularly, from two myths underlying the text: the myth of the father’s search and the trip to the underworld. We will see, precisely, that both myths suggest a social critique closely linked to the Mexican revolution. The analysis of the literary text and its
La única novela de Juan Rulfo, publicada en 1955, ha obtenido en el campo literario latinoamericano un prestigio indiscutible que la convirtió en una de las obras fundamentales de la literatura mundial. Leída muchas veces como exponente del realismo mágico, o como obra excelsa que anticipa el boom de los ’60, puede ser también interpretada dentro del modelo estético que Ángel Rama (2008) denomina “transculturación narrativa”[2]. Podemos entenderla como novela transcultural, ante todo, por la compleja estructura narrativa que, vista más en profundidad, remite a la cosmovisión de los sectores campesinos jaliscienses, en los que perviven influencias prehispánicas. La novela, al romper con la estructura narrativa realista, incorpora dentro de sí elementos discursivos provenientes de la oralidad de los sectores populares y, con ella, del discurso mítico. Como veremos, es en esta presencia subyacente del mito en donde podemos señalar con más claridad el proceso de transculturación.
Según sostiene Ángel Rama (2008), la narrativa de transculturación surgió como reacción estética frente al regionalismo y al indigenismo, que se adjudicaban la autoridad de representar la voz de los sectores indígenas[3] a través de modelos literarios heredados de Europa. Estas corrientes estéticas, aunque de gran tradición en la literatura latinoamericana, se erigieron en la disputa citadina de realismo crítico-vanguardismo, en la medida en que, para mantenerse como expresiones de lo auténtico americano (sea lo indígena o “lo regional”), debieron adaptar sus recursos estéticos a los nuevos tiempos y, con ello, diferenciarse de dicha disputa que, de anclarse en ella, agotaría rápidamente sus modelos estéticos. En este marco, los autores transculturadores desarrollaron estos nuevos modelos estéticos operando sobre tres niveles: lengua, estructura narrativa y cosmovisión, para poder renovar la estética del regionalismo y el indigenismo hacia nuevas posibilidades expresivas más adecuadas a su objeto. Con la creación de nuevos fenómenos culturales que incorporaran tanto las tradiciones ancestrales, indígenas o populares (recuperadas para resistir a los avances aculturadores de la modernización) como tradiciones occidentales, la narrativa de transculturación fue capaz de renovar la literatura latinoamericana hasta el punto de convertirse en un modelo superador del indigenismo e, igualmente, de los dos componentes de la mencionada disputa realismo-vanguardismo. En esta articulación de dos tradiciones culturales diferentes podremos entender, por ejemplo, a José María Arguedas (2006) (quién para Ángel Rama es uno de los principales referentes de la narrativa de transculturación) cuando señala con contundencia: “Yo no soy un aculturado” sino que, orgullosamente, habla “en cristiano y en indio” (Arguedas, 2006, p. 12). En Pedro Páramo encontramos esto mismo, aunque el hablar cristiano e indio se traduzca más bien en la estructura literaria o en el pensar mítico, antes que en la lengua (la cual corresponde al habla de los sectores rurales de Jalisco, sin por ello elaborar una lengua heterogénea castellano-náhuatl como, análogamente, sucede con el quechua en la obra de Arguedas).