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No son pocos los autores que, en las últimas décadas, piden una revisión de la teología de la creación a la luz del conocimiento sobre el universo que nos describe la ciencia moderna, de tal manera que podamos avanzar en la comprensión sobre Dios y su acción creadora[1].
Por su naturaleza, en teología no podemos pretender explicar todo a través de una única teoría. Necesitamos diferentes modelos que, si bien nunca pueden corresponderse de manera completa con la realidad, son la única manera de acercarnos a un conocimiento más global y profundizar en nuestra reflexión.
Ian Barbour recuerda que los modelos[2], en la historia de la ciencia, han contribuido a la formulación, comprensión, extensión y modificación de las teorías científicas. También en el pensamiento religioso existen modelos analógicos; modelos que son importantes en sí mismos pero que no deben ser tomados al pie de la letra porque no son representaciones fieles de la realidad. Sin embargo, nos ayudan a entender y profundizar en el conocimiento que comienza a partir de la experiencia religiosa del ser humano.
Un grupo de autores que se mueven a caballo entre el mundo de la ciencia y de la teología se posicionan, con diferentes matices, en la defensa de una propuesta que explique la relación de Dios con el mundo creado: un mundo caracterizado por la emergencia, en continuo cambio, dinámico y evolutivo. Frente a modelos útiles en una cosmovisión estática propia de tiempos pasados, necesitamos una manera de entender la acción divina mucho más acorde con este mundo evolutivo.
Aunque la mayoría de estas propuestas se adscriben al panenteísmo, ni éste es una propuesta uniforme ni es la única. A pesar de esta disparidad, se nos muestra la necesidad de ir buscando modelos que actualicen la reflexión teológica a la luz de la imagen del mundo que nos vaya ofreciendo la ciencia.
2. La acción creadora de Dios
La Teología de la Creación se convierte en uno de los temas centrales de estos científicos teólogos. En sus obras se habla de un momento creador inicial y de un sostenimiento de la creación gracias a una creación continua. Esta idea hunde sus raíces en Santo Tomás, quien hablaba de la creación ex nihilopara referirse al momento inicial del universo y a la creación continua que mantenía y sostenía en Dios todo lo creado.
De esta manera, nos situamos ante una creación que no termina en un momento inicial, sino que es continua y ante un Dios que actúa a través de las leyes de la naturaleza en una creación con una capacidad creativa que le permite ser copartícipe—siempre a un nivel distinto del de Dios—del desarrollo de sí misma.
A la luz de la ciencia, tenemos que situar esta acción creadora continua en un mundo en constante evolución. Un mundo emergente en el que a lo largo del tiempo aparece novedad ontológica y causal. No es momento de detenernos a describir la emergencia[3], paradigma que “nos ofrece el marco más apropiado para quienes quieren tomarse la ciencia en serio a la hora de repensar la inmanencia de Dios en el mundo”[4]. ¿Por qué es de tanta ayuda este marco en que nos sitúa la emergencia? En ella encontramos “modelos para pensar la relación entre Dios y el mundo natural”[5], permitiéndonos trasladar esta relación inherente al mundo a un modelo teológico explícito.
El emergentismo conlleva una visión holística de la naturaleza y la necesidad de una reconsideración de la causalidad que opera. Si las relaciones que se establecen constituyen algo novedoso, no puede ser que la causalidad sea ejercida únicamente por los niveles inferiores sobre el resto; de alguna manera, el conjunto del ser y las relaciones que se establecen entre las partes, y entre el todo y las partes, deben tener un efecto. Desde aquí, se introduce el término de causalidad descendente mediante el que se amplía considerablemente el reduccionismo causal que ha venido ofreciendo la ciencia moderna.
Este universo emergente y evolutivo implica una potencialidad que se va desplegando en el tiempo. Este despliegue se realiza mediante leyes naturales en las que debemos ver la acción continua de Dios. Aun así, sólo con estas leyes no se consigue explicar todo ya que nos dejan con una visión parcial[6]. Necesitamos considerar la creatividad que posee de manera intrínseca la naturaleza.
Dice Arthur Peacocke a este respecto que Dios crea en el mundo a través de lo que la ciencia llama azar, ya que es gracias a este azar como se actualizan las posibilidades del universo. No es necesario encontrar ningún mecanismo externo a la propia naturaleza mediante el que Dios actúa, sino que “los procesos revelados por las ciencias son, en sí mismos, Dios actuando como creador, y Dios no se apoya en ningún tipo de influencia adicional o factor añadido en el proceso continuo de crear el mundo”[7].