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Espero que te sirva
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LA YACUAREGAZÚ
Cuando el hombre sintió el pinchazo en la axila, pegó un grito y se desmoronósobre la hojarasca del sendero.—¿Qué pasa? —preguntó, alarmada, su mujer. Edema era una misionera de edadindefinida, de una flacura lindante con lo esquelético, que venía cargando desdeIpuberá con un yacaré de 18 kilos, vivo, comprado en el mercado de la plaza.—Una yacuaregazú —jadeó el hombre, sentado en el suelo, revisandofrenéticamente entre los pliegos de su camisa de brin.—¿Te picó?—Me picó.Edema sabía preparar el yacaré en rodajas no más anchas que la palma de unamano, sazonadas con cebollas angurí y trozos de mandioca. O arrollado, atadocomo un matambre para evitar que se escape, en caso de no estar bien muerto,tras el primer hervor. Más de una vez le había ocurrido cuerear un yacaré,quitarle las entrañas, salarlo y verlo luego salir huyendo con una gallina entre losdientes, al primer descuido. "Yacaré mboró pubé" solía decir Edema, y no lefaltaba razón.—¿Dónde te picó?—Acá —señaló el hombre bajo su brazo. Transpiraba copiosamente, por el caloroprobioso de la selva y por el miedo. Sabía que pronto empezaría a orinar saliva,uno de los primeros síntomas de la expansión del veneno en su cuerpo.—Mirá —volvió a señalar— se me ha endurecido esto. Tengo un promontorio duroy redondo como una bola.—Eso es el codo.—Me picó en el sobaco —informó el hombre, y por un momento pareció queestuviera hablando de otro.— No sé cómo pudo meterse ahí.Pero él sabía que las yacuaregazú buscan los lugares oscuros y pilosos paradormitar.Húmedos también. Tal vez el hombre la había molestado, sin querer, al ajustarsela correa del machete, o se había rascado.Edema sabía preparar el yacaré en torrejas, a las que acompañaba con arroz,yuca y tomate perita. Pero así al hombre no le apetecía demasiado.—Andá... andá hasta lo del Catilo... —pidió el hombre a Edema.— Decile que mepicó una yacuaregazú. Decile que busque un médico. Decile que se apure.Edema dejó el yacaré en el suelo y salió a escape. Era ágil a pesar de su edadindefinida y conocía la selva bastante bien.Cuando el hombre se quedó solo, se percató del silencio. Tanteó de nuevo ellugar de la picadura. Vaya a saber cuánto tiempo hacía que la yacuaregazú habíaestado habitando la axila, pero no podía hacer más de tres meses. Para julio lohabía atacado el paludismo y el doctor del obraje le había dado quinina y lehabía puesto el termómetro. Y ahí, en esa misma axila, no había nada. Luego,cuidadoso, el hombre se revisó bajo el otro brazo. Las yacuaregazú suelen andaren yunta y no hubiese sido nada raro que la pareja morase en la axila restante.Sintió la boca seca y los lóbulos de las orejas le latían como dos pequeñoscorazones. El veneno de la yacuaregazú es espeso como una melaza, lento por lotanto, inapelable.Sus efectos se empiezan a sentir más nítidamente a la sombra o después de losdías patrios. —dijo el hombre. Se arrastró bajo un gigantesco tipá rosado y apoyó larecia espalda sobre el.