Respuestas
Respuesta:
Explicación:
Desde que Juan Manuel de Rosas aparece en la escena política hacia 1820, la vida en Argentina tuvo un color rosista. Su figura se incrustó en la vida pública y privada, y en el acontecer económico, cultural y político del país. Como resultado de ese espectacular protagonismo del caudillo bonaerense, su vida estuvo a expensas de las corrientes de opinión. Cada aspecto de su personalidad, cada característica familiar y hogareña, su trayectoria como estanciero y militar, sus decretos y acciones de político, fueron escudriñados, medidos, comentados, divulgados, unas veces a la luz de la experiencia personal de los narradores, otras, tergiversados por motivos ideológicos y partidistas. Nada escapó al ojo observador del escritor, intelectual, adversario político. Rosas fue el tema de conversaciones y tertulias. Su vida, hazañas, triunfos o fracasos, se divulgaron cantados, impresos, narrados y pronto adquirieron contornos fabulosos.
Este capítulo versa sobre la Argentina histórica que se extiende desde la independencia en 1810 hasta la derrota del federalismo rosista en 1852. Está propuesto como encuadre en el que situar los mitos y leyendas a las que el rosismo dio pauta. Estos tienen siempre su origen en acontecimientos que ocurrieron o que pudieron haber ocurrido. La personalidad real de Rosas tendrá siempre matices diluidos fluctuando en una escala subjetivamente estimativa. El paso de 150 años, sin embargo, nos garantiza cierta objetividad del juicio histórico. Trabajos importantes de historiadores contemporáneos nos ayudan a comprender la época de Rosas para poder definir, aislar y analizar su mitología. Una vez reconocidos los mitos, podremos seguir su evolución literaria a lo largo del siglo.
De la Independencia a la Confederación rosista
Con el levantamiento popular del 25 de mayo de 1810, que depuso al Virrey Gobernador del Río de la Plata, se cerraba un largo paréntesis de dominación colonial española. Sin dilación y en la misma capital del antiguo virreinato, se formaba una Junta de Gobierno presidida por Cornelio Saavedra haciéndose cargo de la ingente labor de dar forma a una nueva nación, sobre los viejos, cimientos del régimen colonial. Los problemas que encaraba la recién constituida junta abarcaban un abanico multidimensional de tal complejidad que sus soluciones, parciales y tardías, se incrustarían en los aledaños de la historia contemporánea argentina.
Uno de los grandes y primeros problemas a resolver partía de la misma formación socio-geográfica de la antigua colonia. La gran extensión geográfica del territorio independizado y la escasez de población habían producido un desequilibrio orgánico de difícil solución. La colonia había sido localista, estructurada en núcleos rurales diferenciados de región a región. Los centros urbanos existentes, escasos en número, agrupaban a poblaciones pequeñas cuyo primitivismo irradiaba del marcado aislamiento colonial. Al casi inexistente tráfico comercial, paralizaba una más marcada escasez de comunicación social, ideológica y cultural. Como contraste de ese mundo aislado, primitivo y rural, se erguía la ciudad de Buenos Aires, capital del virreinato que Carlos III reestructuró en 1776, y cuya importancia comercial, militar y burocrática había aumentado aceleradamente desde los años de la fundación. Había sido en esta capital en donde paulatinamente una minoría ilustrada criolla había copado puestos en el comercio, la administración y las profesiones liberales. Estas generaciones jóvenes habían crecido en contacto con los grupos ilustrados españoles del siglo XVIII, y clara y activamente influenciados por el pensamiento inglés y francés. La situación geográfica de Buenos Aires, favorecida por su enclave como puerto de enlaces comerciales, había permitido que los contactos con el exterior fuesen más frecuentes, mientras que en el interior el inmovilismo se mantenía como tónica. La dicotomía, Buenos Aires-resto del país, las diferencias existentes entre ambos mundos, y los diversos grupos por ellos representados; son pieza clave para entender la turbulencia de los años sucesivos1.