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A partir de la definitiva disolución del Imperio Romano de Oriente, o Impero Bizantino como también se lo conoció, y el ascenso del Islam en el norte de África, la región mediterránea ya no pudo considerarse más ni en una unidad política ni tampoco en una unidad cultural.
El norte del Mediterráneo prosiguió, salvo ciertos terrenos ganados por los Califatos islámicos, siendo cristiano, mientras el sur fue predominantemente musulmán.
Entre ambos contextos culturales fluían los hebreos, quienes se desplazaban entre las naciones del mediterráneo con absoluta libertad y propio dominio de las actividades que les eran permitidas según el ordenamiento jurídico de los grandes imperios de la época.
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