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En una de las tantas estadías de julio en la estancia, al comienzo del drama, hay un nuevo enfrentamiento entre éste y su padre, enfermo del corazón desde hace un tiempo. Molestan al gaucho viejo el aire de "príncipe" que se da su hijo al querer desayunarse con chocolate, que sean las once de la mañana y aún no se levante, que se haya cambiado su nombre de Robustiano por el de Julio, "pa que no le tomen olor a campesino"; que se avergüence de ellos, "viene a mirarnos por encima del hombro, a tratarnos como si fuera más que uno, a reírse en mis barbas de lo que digo y de lo que hago, como si fuera yo quien debe respetarlo y no él quien... ¡En cuanto le observo algo, se ríe y se pone a discutirme con un airecito y una sonrisita!... ¡Como si me tuviera lástima!", y, en fin, el que lo trate con desenfadada familiaridad, sin respeto alguno, palmeándolo en la espalda, "porque a julio esos modales le parecen más cariñosos".Doña Mariquita y Jesusa, una muchacha huérfana que en la estancia vive como ahijada de la pareja de campesinos, lo defienden, porque "Julio tiene otras costumbres otra educación en la ciudad se vive de otra manera no por eso ha dejado de querernos si fuera un campero como nosotros, no estaría pa ser dotor."El enojo y el rechazo de don Olegario, sin embargo, tienen una razón: se ha enterado de que su hijo, a pesar de ser buen estudiante y tener buenas calificaciones, anda en malos pasos en la ciudad pues, para pagar sus deudas, ha sacado dinero del banco usando la firma de don Eloy, un labrador rico, amigo de la familia, y ha dejado protestar el documento. Además, le han metido en el cuerpo unas ideas descabelladas y hasta creo que le da por ser medio anarquista o socialista y no cree en Dios". Don Olegario está indignado. "¡Canalla! ¡Farsante! ¡Dotor en trampas! ¡Deshonrar su nombre y el mío! ¡Infeliz! ¡Eso es una estafa!; la he pagado ya, pero ¿quién nos quita de encima esa mancha?... es un libertino, un calavera, un perdido."Cuando el gaucho viejo pide cuentas al hijo de su censurable comportamiento en la ciudad, Julio le responde con soberbia y desenfado. En el colmo de su indignación, don Olegario lo echa de la casa y quiere castigarlo con el rebenque, si su hijo no se pone de rodillas y le pide perdón. Con esta escena termina el primer acto.A causa del disgusto, don Olegario enferma y es necesario llevarlo a la capital. Doña Mariquita y Jesusa se ven allá con Sara —la prometida de julio— y su madre, que vienen a visitarlas. Jesusa está muy triste y desesperada, porque espera un hijo de Julio, quien la sedujo cuando estuvo en la estancia.En un diálogo a solas con Jesusa, Julio evade toda responsabilidad; nadie es culpable, él quiere a Sara y no a ella, además es ridículo casarse sin amor, ni siquiera sabiendo que un hijo viene en canino. Sólo pide que lo comprenda y lo perdone. Jesusa sufre en silencio, no le reprocha ni le reclama nada; ella lo sigue amando por sobre todas las cosas.Por otra parte, don Eloy, hombre bueno, rico, joven y bien parecido, pretende a Jesusa, pero ella no lo quiere y varias veces lo desdeña.Después, cuando don Olegario se entera de toda la situación, su furia es indecible. Quiere obligar a Julio a casarse con Jesusa; el joven se niega rotundamente y padre e hijo dejan de hablarse.