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Una de las novelas latinoamericanas más importantes de comienzos de este siglo es, sin
duda, Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. El libro se ha convertido en todo un
suceso editorial no sólo en Latinoamérica, sino en Europa, Estados Unidos y otras regiones
del mundo, y desde su primera edición (1998) la crítica literaria, en general, lo ha recibido
con entusiasmo. La novela ha ganado, entre otros, el Premio Rómulo Gallegos y el Premio
Herralde de Novela. Y decenas de escritores latinoamericanos nacidos a partir de la década
del sesenta ven a Bolaño, luego de Los detectives salvajes, como un maestro, un gurú, un
modelo a seguir, algo sorprendente en un autor que hasta hace poco más de quince años era
un completo desconocido.
Hay, por supuesto, múltiples razones que podrían explicar la conexión emocional que
Los detectives salvajes ha logrado despertar en miles de lectores en todo el mundo, pero
quisiera en esta “Introducción” aventurar una (que no excluye en lo absoluto a las otras). El
tema central de la novela es, a mi modo de entender, el exilio, y cómo este exilio (o
desarraigo o extraterritorialidad) puede llegar a sumir al individuo en el horror y la
fragmentación, la desesperanza, el caos, la soledad y la inseguridad, el escepticismo, la
transitoriedad y la conciencia exacerbada de su propia muerte, a la vez que puede brindarle
la oportunidad de dar un salto ético y vital que no podría dar de otra manera. Para muchos
intelectuales de la actualidad, entre ellos el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, el
desarraigo (ya sea físico, ideológico o espiritual, ya sea asumido voluntariamente o
impuesto por agentes externos) es una de las características primordiales del hombre
contemporáneo, y esto se debe a que nuestra sociedad occidental se halla sumergida en un
estado de cambio permanente, de fragilidad e instantaneidad, donde prácticamente todos los
aspectos de nuestra vida, desde la creación cultural hasta los vínculos humanos, se han
vuelto “líquidos” o “fluidos”, es decir, fugaces. En la actualidad asistimos, según Bauman,
al “paso del capitalismo pesado al liviano, de la modernidad sólida a la fluida”, lo cual
“puede resultar un desvío aun más radical y seminal que el advenimiento del capitalismo y
la modernidad misma, considerados hasta el momento los hitos cruciales de la historia
humana desde la revolución neolítica” (2008, 135). Nuestros tiempos son tiempos oscuros,