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Juan Manuel de Rosas ejerció el gobierno de la provincia de Buenos Aires en un primer trienio entre 1829 y 1832, pero en marzo de 1835, convulsionado nuevamente el escenario nacional tras el brutal asesinato del líder federal del interior, Facundo Quiroga, panorama atizado con las constantes conspiraciones de signo unitario protagonizadas por los exiliados que residían tanto en la Banda Oriental como en Chile, la Sala de Representantes de la provincia lo llamó para ofrecerle nuevamente el gobierno.
Tras negarse en varias oportunidades, Rosas condicionó su aceptación a presidir un nuevo gobierno a que se le otorgasen no ya las facultades extraordinarias con las que había conducido el Estado en su anterior experiencia y, cabe destacar, no sería ni el primero ni último gobernante en hacerlo con tales facultades, sino con la suma del poder público. Esto es, que en su persona asumiría las funciones propias del Poder Ejecutivo, sumadas eventualmente a atribuciones legislativas y judiciales.
Quizás consciente del trascendental paso que se habría de tomar, puso otra condición, inédita hasta entonces en nuestras prácticas políticas: que se consultara al pueblo para saber si era su deseo que fuera él quien tomara las riendas del gobierno y, fundamentalmente, si existía consenso en que gobernara con semejante cantidad de poder concentrado. Fue así que se llevó a cabo a finales de marzo de 1835 un plebiscito al que concurrieron a votar prácticamente todos los varones mayores de edad y el “sí” a Rosas obtuvo la abrumadora cifra de casi 10 mil votos, contra apenas 8 votos por la negativa.
La consulta se ciñó a la ciudad de Buenos Aires y no a los ámbitos rurales ya que en éstos el ascendiente del Restaurador sobre el gauchaje era por todos conocido.
En palabras de Hilda Sábato y Marcela Ternavasio. “el personalismo de Rosas fue peculiar porque, además de no ajustarse a los modelos clásicos del antiguo tirano, o del déspota moderno, o incluso del caudillo hispanoamericano, se sustentó en el componente republicano del régimen.
Domingo Faustino Sarmiento, uno de sus más conspicuos enemigos, supo reconocerlo en los años 50 cuando afirmó que ‘Rosas era un republicano que ponía en juego todos los artificios del sistema republicano representativo. Era la expresión de la voluntad del pueblo, y en verdad que las actas de elección así lo muestran. Esto será un misterio que aclararán mejor y más imparciales estudios que los que hasta ahora hemos hecho’”.
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