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Era el año 1867 y un alto funcionario estadounidense era objeto de burlas despiadadas por una compra estrambótica que había autorizado con fondos públicos.
El 30 de marzo de ese año Estados Unidos acababa de pagar US$7,2 millones al gobierno imperial de Rusia por el territorio de Alaska, una inmensidad desolada que no parecía tener mayor utilidad económica.
Los críticos se burlaban de la "locura de Seward", como llamaban a la compra de Alaska, asociándola con el Secretario de Estado, William Seward, el funcionario que había promovido la transacción.
Sobra decirlo: el tiempo terminó dándole la razón a Seward, al comprobar que su adquisición del territorio se convirtió en uno de los negocios de propiedad raíz más rentables de la historia.
Un ganga
Si se toma en cuenta la inflación, los US$7,2 millones pagados por Estados Unidos en 1867 al zar ruso Alexander II por Alaska son equivalentes a algo más de US$100 millones de hoy. Una cifra inauditamente barata para haber comprado el que es hoy el más extenso estado de la Unión.
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