• Asignatura: Historia
  • Autor: lautaro5138
  • hace 6 años

Qué marcas realistas dejó el cuento el alumno nuevo de Pablo de santis​

Respuestas

Respuesta dada por: jm7220041
0

Respuesta:

aaaaaa

Explicación:

nose ddddffdddddd


lautaro5138: gracias jajajaja
Respuesta dada por: JordanoYT
0

ue te

príncipe que hubiera decidido salir del palacio por unos días para llevar la vida de un chico

común pero que sabe que nada de esto es real y que el palacio lo espera con sus habitaciones

de oro.

Él siguió mirando mi cuaderno por encima de mi hombro y yo lo cerraba para que no se

copiara pero pronto fue evidente que no tenía ninguna necesidad de copiarse porque jamás se

equivocaba y siempre se sacaba diez. Los exámenes que nos llevaban una hora él los hacía en  

cinco minutos y después se quedaba mirando el patio vacío como si la caída de una hoja de

un árbol o el vuelo de un pajarito fueran un espectáculo digno de la mayor atención.

No tenía hermanos, no tenía madre, vivía con su padre, que había puesto a tres cuadras de la

escuela un negocio con un cartel que decía “Casa de modelismo Adam”. Vendía trenes

eléctricos, máquinas de vapor, barcos en botellas y algunos aviones de madera balsa para

armar. Cuando yo pasaba frente a la vidriera camino a la escuela el padre siempre estaba

reparando alguna locomotora con unos destornilladores largos y finitos con los que ajustaba

unos tornillos diminutos.

En agosto el alumno nuevo faltó tres días seguidos y a la salida la maestra me llamó aparte y

me dijo: “Emma ya que te queda de paso no le preguntarías al señor Adam por qué falta su

hijo”. Diez minutos después entré al local, no había nadie detrás del mostrador: “Señor

Adam” llamé con timidez pero nadie respondió. Una cortina roja separaba el negocio del

taller, corrí la tela justo lo suficiente para asomar la cabeza. Por la claraboya entraba una luz

gris, me quedé muda y rígida tratando de entender lo que estaba viendo. El alumno nuevo

estaba tendido en una mesa, no tenía guardapolvo, ni camisa y de su pecho abierto

asomaban infinidad de mecanismos: cables, transistores, baterías, engranajes dorados. Vi en

el lado izquierdo una especie de cápsula de acero, vagamente parecida a un corazón. Con los

mismos destornilladores finitos que usaba para reparar los trenes, el padre trabajaba en los

mecanismos de su hijo. El alumno nuevo tenía los ojos abiertos. Me fui sin hacer ruido,

temblaba.

El alumno nuevo volvió al colegio al día siguiente. A nadie dije nada de mi descubrimiento

pero no volví a hablar con él. Cuando estaba cerca me parecía oír un horrible tic-tac que salía

del interior de su pecho, que se hacía más fuerte y rápido cuando yo estaba cerca.

Indiferente a mi rechazo, siguió espiando mi cuaderno como si en mis mapas mal hechos y en

mis errores de ortografía hubiera algo que pudiera rivalizar con su perfección.

Terminó sexto y séptimo pasó muy rápido. A mediados de enero en un día de calor sofocante

pasé por el local. La vidriera estaba vacía de trenes y en vez de “Casa de Modelismo Adam”,

un cartel decía: “Se alquila”.

Pasaron los años, terminé la secundaria, me recibí de maestra, conseguí trabajo en un colegio

que estaba en Caballito, cerca de Parque Chacabuco. Llevaba cuatro años como maestra se

sexto grado cuando una mañana de abril el director golpeó la puerta y dijo que tenía que

presentarme a un alumno nuevo. Entonces entró él, idéntico a como lo había conocido, con su

pelo dorado y sus ojos azules, solo que los zapatos estaban sin lustrar y el guardapolvo, si es

que era el mismo, ya no lucía como antes, lucía real con algún remiendo y alguna mancha.

Cuando sonó el timbre y todos se fueron al recreo, lo retuve. No hizo falta que le dijera quién

era yo, me había reconocido de inmediato, a pesar de los años. Le pregunté por su padre.

-Se instaló acá cerca. Cada dos o tres años tenemos que cambiar de barrio para que la gente

no se dé cuenta de que todos cambian y yo no.

-¿Y no te aburre la escuela, estudiar siempre lo mismo? Me miró con sorpresa.

-Al contrario, tengo tantas cosas para aprender.

-¿Qué podés aprender? Hace 10 años, cuando éramos compañeros, ya sabías todo.

-Hace 10 años no sabía nada, pero cada año adelanto un poco. Mi padre está muy orgulloso

de mí.

Ahora no usaba valija, sino mochila y sacó un cuaderno:

-Es del año pasado, mirá, perdón, mire cómo adelanté.

Fue pasando las páginas. Cuando me acerqué el tic-tac se hizo más rápido, pero además

sonaba distinto. El alumno señalaba con orgullo una cuenta de dividir mal hecha, un error de

ortografía, una mancha de tinta, las correcciones en rojo de la maestra.

Comprendí entonces por qué había espiado sobre mi hombro, comprendí cual era la lección  que todos a lo largo de los años y de los pupitres repetidos le habíamos enseñado sin saberlo.

Le había llevado años, pero el alumno nuevo ya sabía equivocarse y por un instante el tic-tac  de su pecho sonó como el latido de un corazón.

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