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Desde mediados del siglo pasado, los gobiernos argentinos manifestaron su intención de constituir una sociedad abierta. Se convocaron a todos los hombres de buena voluntad, se les aseguró la libertad civil y los derechos políticos si optaban por naturalizarse. No se les preguntaba cuáles eran sus orígenes étnicos o creencias religiosas: bastaba su voluntad de habitar el suelo argentino. Se sobreentendía que traerían distintas costumbres, ideas y tradiciones, que la integración sería natural y espontánea, un «crisol de razas». Por entonces se concibió la primera y fundamental versión del pasado. Bartolomé Mitre no sólo escribía la historia académica: apuntaba a la formación de la conciencia de la sociedad.
15La nacionalidad argentina incluía a todos sus habitantes y se desarrollaba en armónica convivencia con otras nacionalidades. Pero a fines del siglo XIX, la situación empezó a cambiar: la sociedad local se hacía cada vez mas conflictiva; reclamos de colonos, obreros, radicales, huelgas. Como demuestra Lilia Ana Bertoni (1997) «muchos cambiaron el credo de la tolerancia por él de la desconfianza. Acusaron a los «malos extranjeros» -en principio sólo anarquistas - y reclamaron unidad y no diversidad y pluralismo.
16Aquellos contingentes de europeos industriosos que habían sido alabados y atraídos por Argentina, empezaban a ser mirados con recelo. La filiación anarquista o socialista de los obreros urbanos que muchos inmigrantes trajeron consigo, pasaron a ser «mala inmigración», «extranjeros desagradecidos» que respondían con huelgas y atentados a la generosidad de esta tierra.
17Ya en 1902 la «Ley de Residencia», autorizando al gobierno a deportar extranjeros, sentó un precedente que se completó en 1910 con la «Ley de defensa nacional» que versaba sobre la admisión de extranjeros y limitaba la difusión de ideas y propaganda política. En un primer momento, la discriminación hacia la población indígena también fue amplia y científicamente justificada: el indio era el enemigo de la élite que afirmaba una identidad nacionalista. En un segundo paso, el enemigo fue el inmigrante desagradecido. Luego vendrán los «cabecitas negras», para momentos de conflicto y de crisis siempre hay a mano alguien que exculpe las propias incapacidades.
18Fernando Devoto (1993) evidenció cómo «la construcción de la nación» se instaura en tanto que tema dominante de las élites argentinas y que la herramienta adoptada implicaba la valoración de la «historia nacional». Procedía afirmar una identidad nacional, un «nosotros» permitiendo construir el «otro». Había que dejar en claro que la Nación Argentina estaba consolidada en el período precedente al aluvión inmigratorio proveniente del Océano, prueba de ello: la Historia de la Nación Argentina dirigida por Ricardo Levene, culmina su narración en 1860.
19Recordemos que a fines del siglo XIX, llegan inmigrantes de origen casi exclusivamente europeo, con un tope en 1914, año en el que en Buenos Aires había más extranjeros que argentinos. El balance neto de la migración (entre llegadas y retornos) entre fines del siglo XIX y 1970, fue evaluado en 5.300.000 personas, lo cuál representa el 38% de la inmigración neta recibida, en el mismo período, por el conjunto de América Latina y Caribe.