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El consumo de alcohol tiene sus beneficios: ayuda a la relajación y en general nos hace pasar un buen rato. Pero no todos tenemos la misma relación con el alcohol. Hay algunas personas que son más afectadas por su consumo que otras, ya sea por predisposiciones genéticas, el ambiente en que se criaron o las conductas que observaron. Así que aunque para unos el darse dos o tres tragos es un escape sin mayor consecuencia los viernes, para otros puede ser una sentencia de sufrimiento constante.
La molécula de etanol, el tipo de alcohol presente en las bebidas alcohólicas, es mayormente metabolizada por el hígado. Sin embargo, hay cierta cantidad que es directamente incorporada al torrente sanguíneo y eventualmente afecta el cerebro y sus funciones. Esto hace que el consumo de alcohol afecte sus funciones motoras, el habla, su juicio, inhibiciones y desempeño sexual, entre otros. ¿Pero cómo es que una molécula de 2 carbonos, 6 hidrógenos y un oxígeno le afecta de maneras tan diferentes?
El cerebro es el centro de comando de su cuerpo. Cuando ingiere alcohol, este puede cruzar la barrera hematoencefálica (la frontera que separa el torrente sanguíneo del fluído que baña el sistema nervioso). No todas las moléculas que están en nuestra sangre pueden pasar por esta frontera, pero el etanol es una de ellas. Esto implica que la molécula de etanol puede interferir con la neurotransmisión, o la comunicación entre las neuronas, y por tanto, las funciones que controla el cerebro, desde los latidos del corazón hasta nuestra respiración.
Estudios han demostrado que hay receptores en el cerebro que son especialmente sensitivos al consumo de alcohol. Estos son llamados receptores GABA y se encuentran en mayor cantidad en ciertas áreas del cerebro, incluyendo la corteza cerebral prefrontal, el cerebelo y el hipotálamo.
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