Respuestas
Respuesta:
La selva en primavera tiene un olor
particular: huele igual que hembra en
celo. Y ese insinuante pero áspero tufillo
que la brisa temprana esparce por doquier
no es sino la suma de todas las fragancias.
Olor a pasto revoltoso, a árbol, a planta
adormecida, a fruto silvestre, de puma
agazapado, olor a pájaro y a miel,
perfume de la sencilla flor que recién
nace y con sus tonos adorna la espesura.
En la selva misionera, el rito se repite
eternamente, año tras año, desde el
mismísimo fondo de los tiempos, como si
esa época del año estuviera autorizada
desde el principio de los siglos, a
desbordar tanta armonía. Pero
casualmente esa mañana el extraño olor
se zarandea en la floresta. Olor que no es
de animal, ni de planta, ni de duende...
Un grupo de hombres avanza lentamente
por la maleza cortando el aliento de la
mañana. Caminan nomás al puro tranco,
sin abrir picada como los blancos. Casi
todos ellos van armados: cuchillo,
machete y fusil en bandolera. El del
centro, el prisionero, amarrado de las
manos con cadenas, y una potente cuerda
al cuello.
Estos hombres circunspectos, silenciosos,
de piel marrón oscura, color de
madrugada en el estero, hace ya muchos
días que viajan por los montes.