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Hacer en nuestras vidas toda una serie de opciones capaces de manifestar que damos efectivamente la prioridad a los pobres no es, en la Iglesia, seguir una moda pasajera. Tal orientación es congénita a la fe cristiana. Si tenemos la impresión de que la "opción preferencial por los pobres" es algo nuevo, se debe desdichadamente a que el lugar que por derecho debía ocupar esta orientación en nuestra vida cristiana, no lo había ocupado de hecho. Sin embargo, es uno de los temas más tradicionales, es decir, uno de los más ligados a las fuentes de la fe, uno de los más antiguos y permanentes de la Revelación. Es un "invento" de Dios, no una generosa idea de hombres sensibles. Es un hecho que radica en los fundamentos mismos de la fe.
Por eso, en primer lugar, trataremos de conocer cuál es de hecho la prioridad que concede la Revelación a los pobres. Basta para ello indagar el sentido de algunos textos mayores que ya todos hemos leído o entendido, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, y algunos hechos de la historia de la Iglesia. Posteriormente, trataremos de comprender los alcances de este hecho: ¿qué nos permite conocer de Dios, y qué nos enseña sobre la estructura de nuestra vida cristiana?
I.- LA PRIORIDAD CONCEDIDA A LOS POBRES ES ANTE TODO UN HECHO QUE ES INSEPARABLE DE LA HISTORIA DE LA FE.
1.- La Buena Nueva anunciada a los pobres.
Jesús es ante todo un hombre semejante a los demás, que podía ser identificado socialmente a partir de su familia, de su profesión, de su aldea: es el "hijo de José" (Lc 4, 22), "el hijo de María y el hermano de Santiago, José, Judas y Simón" (Mc 6,3), "el carpintero" (Mc 6,3), "hijo del carpintero" (Mt 13,55), originario de Nazareth en Galilea. Pero ¿cómo podrá lograr este hombre, semejante a los demás hombres, que reconozcan en él a Dios mismo que nos viene a visitar? ¿Qué signos y qué palabras podrán acreditarlo como "el que debe venir", es decir, como el que va a realizar las promesas hechas por Dios? La respuesta a esta pregunta es simple, de una simplicidad tan desconcertante que algunos no comprenderán. Sin duda alguna, ellos esperaban algo mejor, algo más grandioso, incluso más elevado espiritualmente. Cuando Juan Bautista envía sus discípulos a informarse para saber si Jesús es el que debe venir o han de esperar a otro, Jesús presenta esencialmente como pruebas los hechos que él realiza para poner en pie a las víctimas, a los golpeados de la vida, a los oprimidos de su tiempo:
"Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres". (Mt 11,5)
La Buena Noticia consiste en estos actos, los mismos actos que María celebra en el Magnificat: "El baja de su trono a los poderosos, y eleva a los humildes. Llena de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despide vacíos". (Lc 1,52-53) Es exactamente la misma señal que Jesús da al comienzo de su ministerio en la sinagoga de Nazaret para indicar cuál es su misión:
"El Espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para traer la Buena Nueva a los pobres, para anunciar a los cautivos su libertad y a los ciegos que pronto van a ver. A despedir libres a los oprimidos y a proclamar el año de la gracia del Señor" (Lc 4,18-19, que cita a Isaías 58, 6).
Así pues, la venida de Dios a su pueblo, la inauguración de su Reino en medio de nosotros, se han hecho visibles en estos actos que tienen que ver con los enfermos, con los hambrientos, con los oprimidos, con los cautivos. Liberando a estos hombres mortificados en sus cuerpos, Jesús manifiesta sobre todo la ternura de Dios. La liberación del pobre no es algo exterior al reino de Dios: ella realiza su presencia entre nosotros.
2.- Jesús asume la defensa de los marginados y alerta contra las riquezas.
A lo largo de su vida pública, vemos que Jesús hace suya la defensa de los marginados, de los pequeños, de los pobres. Es un comportamiento constante de su parte, que frecuentemente lo pone en conflicto con otras personas u otros poderes: desde las numerosas curaciones que realiza a favor de los enfermos y de los lisiados, hasta las enseñanzas a favor de los pequeños a los que Dios hace comprender sus secretos. Jesús está siempre al lado de los marginados, tanto si la causa de su marginación es social como si es religiosa. El salva la vida de aquella mujer a la que los hombres quieren excluir de la sociedad humana porque ha cometido adulterio; él elogia a otra mujer, una pobre viuda que a pesar de estar en la miseria da la limosna, por contraposición a los ricos que dan de lo que les sobra. A quien hace una fiesta le aconseja no invitar a sus vecinos ricos, sino "a los pobres, los lisiados, los cojos, los ciegos" (Lc 14,12).