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Si no tendríamos la posibilidad de sentir el frío o el calor de los materiales de nuestro entorno, perderíamos la capacidad de responder con lo mecanismos de defensa y preservación de nuestras estructuras.
Sufriríamos quemaduras o lesiones por fríos intensos, ya que al no poder sentir las temperaturas extremas de los materiales con los que entramos en contacto, no retiraríamos a tiempo la zona de contacto.
Esto ocurre en enfermedades desmielinizantes, es decir que afectan a la vaina protectora de los nervios y se va alterando progresivamente la sensibilidad, como es el caso de la diabetes.
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