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Para la mayoría de los países de América Latina la independencia de la metrópoli española dejó casi intactas las bases económicas y sociales del ordenamiento colonial, y en el caso de la Nueva Granada, la actual Colombia, no solo fue “inesperada” –a juicio del historiador Jorge Orlando Melo–, sino que hundió su economía hasta mediados del siglo XIX.
Los grupos de indios, blancos y negros no eran homogéneos sino que estaban separados por barreras infranqueables, aunque a veces actuaron de manera conjunta tanto en su vida cotidiana como en las protestas. La otra mitad de la población, los mestizos o los “libres de todos los colores”, estuvieron en todos los intersticios de la sociedad, por no encontrar una adhesión precisa en la organización de las “repúblicas” estamentales.
Otro factor que limita un análisis más preciso tiene que ver con los objetivos –deseados y no deseados– que sus protagonistas se trazaron para formar parte de las acciones durante el proceso. Por ejemplo lo ocurrido en Socorro en 1781 fue una importante movilización orientada al restablecimiento del ordenamiento impuesto por los Austrias, desestabilizado por las reformas borbónicas en el siglo XVIII. Más que la libertad para introducir cambios políticos, los manifestantes querían la libertad frente a los cambios políticos, como acertadamente escribe el historiador inglés Anthony McFarlane.
Mucho antes de la crisis de la Independencia la población negra había iniciado un proceso irreversible de liberación frente a sus amos, a través de su evasión y fuga para constituir esos “espacios de libertad” que fueron las “rochelas”, los “palenques” y los “quilombos”.