principales argumentos del texto "la energía nuclear a debate"​

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Respuesta dada por: jaren17a
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En el número correspondiente al otoño de 2009, la revista Agenda Viva, publicada por la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, inauguraba una sección, denominada «Epicentro», cuyo objetivo es tratar cuestiones a la vez actuales y controvertidas. Y cuando de actualidad y controversia se trata, pocos temas lo son tanto como el de la energía nuclear, que representa, para unos, «la única fuente disponible capaz de suministrar grandes cantidades de electricidad sin contaminar la atmósfera» (María Teresa Domínguez, presidenta del Foro de la Industria Nuclear Española) y, para otros, «un espejismo que se irá desvaneciendo con el paso de los años» (Marcel Coderch, autor de El espejismo nuclear). Ambos escriben tan categóricas e irreconciliables frases en sus respectivas contribuciones a la pregunta con que

se aventura «Epicentro» y que reza: «¿Es la energía nuclear una alternativa asumible?».

Recuerdo una letra de Tracy Chapman que dice así: «Across the lines / Who would dare to go / Under the bridge / Over the tracks / That separate whites from blacks». Si nadie se atreve a salir de las barricadas en un país donde el conflicto entre negros y blancos sigue sin resolverse, siglo y medio después de abolirse la esclavitud, sólo hay dos alternativas: «Choose sides / Or run for your life».

También, en lo que se refiere a la energía nuclear, el ciudadano parece verse abocado a alinearse en uno de los dos bandos o arriesgarse a que le lluevan pedradas desde ambos. Valga apuntar, sin embargo, que indecisos hay pocos. Casi todo el mundo sostiene una vehemente opinión, que suele incluir una condena sin paliativos a los que piensan de otra manera. Y casi nadie se ha leído un libro al respecto, y no porque escaseen, sino porque cuesta poner en duda un dogma de fe.

El que está convencido, digamos, de que los residuos nucleares son un problema intratable, no va a gastarse veinte euros en un libro como Nucleares, ¿por qué no?, del catedrático de física nuclear, escritor, poeta y domador de caballos Manuel Lozano Leyva, a pesar de que en sus amenas trescientas y pico páginas descubriría, con toda probabilidad, algunas cosas nuevas.

Descubriría, por ejemplo, que los residuos de alta actividad que produce una central nuclear cada año pueden reducirse a un volumen de un metro cúbico una vez reprocesados y vitrificados. O lo que es lo mismo, los temidos radioisótopos de vida casi eterna que han producido todas las centrales nucleares españolas durante toda su historia cabrían en el establo donde Lozano guarda sus purasangres.

Cierto es que estos indeseables son muy venenosos debido a su actividad (y en consecuencia tan peligrosos, si se ingieren, como el mercurio, el amoníaco, el arsénico, o los varios derivados del azufre que la industria convencional produce en cantidades suficientes como para anegar trescientos campos de fútbol al año), pero no es menos verdad que, a diferencia de los residuos industriales –muchos de los cuales se vierten, sin más, al medio ambiente–, los de origen nuclear están, por necesidad y por ley, encerrados bajo siete llaves. Si se reprocesan (tal como hace Francia y el Reino Unido, pero no España) quedan atrapados en vidrio insoluble, o en las resistentes pastillas cerámicas que forman los elementos de combustible. En ambos casos, los residuos se sellan en el interior de barriles de titanio, acero o cobre, a menudo de doble capa. Aunque hay otras soluciones, dado su reducido volumen podríamos permitirnos el lujo de perforar un agujero en granito a un kilómetro de profundidad, depositarlos allí y sellar de nuevo, aislándolos del ecosistema por una sucesión de caparazones esencialmente imposibles de quebrar1. Imposible no hay nada, cierto. Pero una probabilidad inferior a uno en un millón de años se le aproxima bastante.

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