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Respuesta:Los civiles son, desde hace tiempo, blanco habitual en los conflictos armados. En las diarias violaciones de los derechos humanos que se comenten en muchos rincones del planeta las mujeres, en demasiadas ocasiones, se llevan la peor parte. Su vulnerabilidad se agrava en zonas de conflicto, donde miembros del ejército, milicias, rebeldes, bandas de delincuentes e incluso miembros de la policía y de las fuerzas armadas han tomado la violencia sexual como un arma más de guerra.
Por poner solo algunos ejemplos recientes, en Kivu del Sur- República Democrática del Congo (RDC)- se denunciaron más de 27.000 violaciones en 2006, y se estima que en el país cientos de miles de mujeres y niñas han sido víctimas de la violencia sexual. Durante el genocidio de Ruanda (1994) fueron violadas entre 250.000 y 500.000 mujeres; mientras que en Bosnia se estiman entre 20.000 y 50.000 durante el conflicto de principios de la pasada década y en Uganda el 70% de las mujeres del distrito de Luwero-al norte del país- declararon haber sido violadas por soldados, muchas de ellas de manera repetida por grupos de hasta 10 soldados1.
La violencia sexual es utilizada para recompensar o remunerar a los soldados, para ejercer presión o humillar a los hombres de algunas comunidades, para forzar desplazamientos, e incluso para propagar deliberadamente el virus del VIH-Sida. Las violaciones sistemáticas en estos contextos disparan la propagación del virus, como es el caso de la RDC, donde se calcula- según datos del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM)- que 1,1 millones de habitantes viven con VIH, en un contexto de rápido avance debido a que el país carece prácticamente de un sistema de atención a la salud.
Este tipo de agresión contra las mujeres es, probablemente, junto a la tortura, la táctica de guerra más destructiva y que más implicaciones psicológicas conlleva para una persona. Una invasión de estas dimensiones contra la integridad e intimidad de la mujer es una herida que tiene difícil cura. Las lesiones genitales o fístulas traumáticas- entre otras de carácter físico- se convierten en muchos casos en lesiones permanentes debido a la falta de recursos médicos de los países en los que se producen esos hechos.
La celebración del Día Internacional de la Mujer -8 de marzo- hace que se multipliquen las noticias, reflexiones y debates acerca de la situación de violencia en la que muchas de ellas se ven obligadas a vivir. Si esto ya es suficientemente grave -es un problema que afecta tanto a países y sectores sociales de alto nivel de desarrollo como a los menos favorecidos- sus consecuencias son aún más peligrosas en contextos de guerra y violencia organizada. En estos casos, la violencia contra las mujeres responde a una práctica deliberada, como parte sustancial de un sistema de castigo al enemigo, que desemboca en la comisión de delitos que, desgraciadamente, suelen quedar sin castigo para quienes los deciden y perpetran.
A pesar de que el Estatuto de Roma establecido por la Corte Penal Internacional reconoce las violaciones sexuales en situaciones de conflicto como crímenes de guerra y contra la humanidad, tradicionalmente -tal como señalaban Leire Pajín e Inés Alberdi con motivo del 60 aniversario del establecimiento de las Fuerzas de Paz de Naciones Unidas (mayo de 2008)- se han entendido, y tratado, como un problema de carácter humanitario y no como uno de seguridad que requiera una respuesta internacional. Esto hace que, frente a la necesidad de una respuesta internacional, oficial, militar y de Estado; habitualmente se haya abordado con programas humanitarios basados en tratamientos médicos y psicológicos que, aunque necesarios, son insuficientes.
Explicación: ESPERO QUE TE AYUDE 8 )
Y SINO TE AYUDO E ECHO LO QUE E PODIDO 8 (