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- Querido mago ¿ acaso no voy a poder despedirme de mi familia ? - No- respondió el mago mirando al cielo hacia donde revoloteaba Rufino - Ya no, debes volar lejos o el hechizo se romperá. Rufino algo apenado por su familia pero emocionadísimo por poder finalmente surcar los cielos cómo siempre había soñado, siguió volando y volando hasta perderse en el horizonte. - Tu Carlota - dijo entonces el mago - ve sin miedo a reunirte con la familia de pingüinos, ellos ahora te acogerán como si fueras una más de la familia. Carlota se dirigió tímidamente hacia la gran familia que habitaba ese lugar que estaba ya reuniéndose para pasar la noche. Con gran sorpresa vio como todos le daban labienvenida y la acogían con ternura rodeándola.
El verano pronto llegó y tanto Rufino como Carlota vivían su nueva vida bajo los rayos del sol. Rufino volaba y volaba recorriendo mundo. Visitó las hermosas costas de Canadá, voló hacia el gran lago Michigan, conoció la costa Este de Estados Unidos, donde se maravilló de los altos rascacielos de Nueva York, voló hasta las cataratas del Niágara aventurándose a casi rozar la bruma blanca causada por el agua al caer, sobrevoló al Caribe donde el aire cálido y la visión del mar turquesa le hicieron sentir sensaciones que jamás había experimentado y siguió y siguió volando sin descanso, viviendo aquello que siempre había anhelado en sus sueños. Por otro lado Carlota disfrutaba del calor de la familia, de las tardes de risas y juegos, de los momentos en que todos reunidos contaban historias, de los chistes del tío Rosendo, de las travesuras que compartía con sus adolescentes hermanos pingüinos gastándoles bromas a los más mayores y sobre todo,
disfrutando del amor que le brindaban sus nuevos padres, quienes sin ser conscientes del hechizo al que habían sido sometidos, trataban a la gaviota Carlota como si fuera su hija, olvidándose por completo de su hijo Rufino, al que hacía semanas que no habían vuelto a ver. A mediados del verano, Rufino contemplaba un hermoso atardecer, posado en una roca al lado del mar en las islas Bahamas, viendo como el sol se ponía en el horizonte al Oeste, cuando de repente dejó escapar un profundo suspiro y su alma se lleno de melancolía. Recordó las risas de sus hermanos, los chistes de su tío Rosendo, las travesuras y bromas que gastaba a los mayores junto a sus primos, y sobre todo, echo profundamente de menos el amor de sus padres. Con la mirada puesta fijamente en el ya casi dormido sol, una lágrima rodó por su mejilla. A muchas millas de distancia de allí, la gaviota Carlota estaba
ya casi dispuesta a pasar la noche junto a su gran familia acurrucada junto a mama pingüino debajo del saliente de unas rocas sobre el ya verde pasto que cubría las costas de Groenlandia. De repente su pequeño cuerpo se estremeció, su corazón se encogió y llena de nostalgia recordó sus vuelos sobre las cataratas del Niágara, sobre el lago Michigan donde solía pescar ricos peces, las altas azoteas de Nueva York donde solía pararse a descansar, la cálida brisa del mar del Caribe que la ayudaba a planear con sus alas disfrutando de la hermosa vista de los mares turquesa y todos aquellos lugares que había visitado y conocido. Mirándose las alas, pensó en que nunca más podría volver a volar y bajando la mirada hacia la verde hierva donde un pequeño ciempiés corría a refugiarse en su diminuto agujero,