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Amy fue dueña de una vida que llenó de todo tipo de excesos. De carácter dulce y a la vez temperamental, no superó nunca la separación de su padres cuando tenía 9 años. A esa edad empezó a hacer todo lo que quería. La falta de autoridad en casa hizo que su adolescencia transcurriera por caminos nada recomendables para una joven tan vulnerable como ella. Le encantaba fumar hierba, divertirse con sus amigos y beber alcohol, mucho alcohol. A los 15 años confesó a su madre que había encontrado una forma ideal de hacer dieta: comer todo lo que quisiera y luego vomitarlo. Sus padres no supieron ver el peligro de la bulimia de su hija ni frenar a tiempo una serie de conductas que la llevarían finalmente a la autodestrucción. Y es que Amy se salía siempre con la suya.
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