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Respuesta:El escritor mexicano Juan Villoro se encontraba en Santiago de Chile, invitado a participar en el Congreso Iberoamericano de Literatura Infantil y Juvenil, cuando ocurrió el sismo. Este es un relato de lo ocurrido esa jornada.
Mientras más duraba el temblor, menos oportunidades tendríamos de salir de ahí. Los muebles se cubrieron de yeso. Una naranja rodó como animada por energía propia.
Cuando el movimiento cesó, sobrevino una sensación de irrealidad. Me puse de pie, con el mareo de un marinero en tierra. No era normal estar vivo. El alma no regresaba al cuerpo. Los gritos que el edificio había sofocado con sus crujidos se volvieron audibles. Abrí la puerta y vi una nube espesa. Pensé que se trataba de humo y que el edificio se incendiaba. Era polvo. Sentí un ardor en la garganta. Volví al cuarto, abrí la caja fuerte donde estaban mis documentos, tomé mi computadora y perdí un tiempo precioso atándome los zapatos con doble nudo. Los obsesivos morimos así.
En la escalera se compartían exclamaciones de asombro y espanto. Ya abajo, una conducta tribal nos hizo reunirnos por países. Los mexicanos repasamos cataclismos y supusimos que la ciudad estaría devastada. La acera de enfrente era un bloque de sombras, escuchamos ladridos distantes, los coches de los trasnochadores tocaban la bocina, había cristales en el suelo, pero la fachada de nuestro edificio permanecía intacta.
En la explanada frente al hotel se alzaba la réplica de una estatua de la Isla de Pascua. Es la efigie de un Moai, jerarca que durante su mandato habrá visto maremotos. Se convirtió en nuestra figura tutelar. Supimos esto cuando se fue la luz y dejamos de verlo. Por suerte, el apagón duró poco. La piedra donde los ojos parecen hechos por el tiempo regresó de las sombras. No estábamos solos.
Otra señal de tranquilidad vino del reino animal. Un perro se echó a dormir en medio de nosotros. Mientras no despertara, todo estaría bien.
Alguien quiso regresar al edificio por sus "pantalones de la suerte". La superstición era la ciencia del momento. Nuestras ideas, si se las puede llamar así, no seguían un curso común. El editor Daniel Goldin, que estaba en muletas por un accidente previo, me propuso recorrer el edificio para ver si había daños estructurales. "¡Tú estás cojo y yo soy tonto!", exclamé. De nada servía que buscáramos lo que no podíamos encontrar, como un ciego y un sordo dibujados por Goya.
Poco a poco, la realidad recuperó nitidez. Me sorprendió que tanta gente usara pijama. Pensaba que se trataba de una prenda en desuso. Un grupo de voluntarios volvimos al hotel por pantuflas. No podíamos revisar la estructura, pero podíamos evitar que se enfriaran los pies.
La arquitectura chilena es una forma del milagro. Sólo esto explica que en Santiago los daños hayan sido menores. Aunque algunos edificios fueron desalojados y otros tendrán que ser demolidos (inmuebles posteriores a 1990, cuando las leyes de supervisión se hicieron menos estrictas), lo cierto es que la resistencia del paisaje urbano fue asombrosa. Un terremoto es una radiografía de la honestidad arquitectónica. En 1985, el terremoto de la Ciudad de México demostró que la especulación inmobiliaria y la amañada construcción de edificios eran más dañinas que los grados de Richter. "Con usura no hay casa de buena piedra", escribió Ezra Pound.
Llama la atención que en un país con tanta sapiencia antisísmica el aeropuerto padeciera graves lastimaduras. El cierre de vuelos contribuyó al aftershock . Nuestra vida se había detenido y no sabíamos cuándo comenzaría nuestra sobrevida. Estábamos en el limbo o en un episodio de la serie Lost .
Pillaje y rating
El discurso de los noticieros se caracterizó por el tremendismo y la dispersión: desgracias aisladas, sin articulación de conjunto. Las imágenes de derrumbes eran relevadas por escenas de pillaje. No había evaluaciones ni sentido de la consecuencia. Unos tipos fueron sorprendidos robando un televisor de pantalla plana extragrande. Obviamente no se trataba de un objeto de primera necesidad. ¿Era un caso solitario? ¿El crimen organizado se apoderaba de electrodomésticos? Los rumores sustituyeron a las noticias. Se mencionó a un pueblo que temía ser invadido por otro. El relato fragmentario de los medios mostraba rencillas de tribus y repetía las declaraciones de una gobernadora que pedía que el ejército usara sus armas.
Explicación paso a paso:
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El sabor de la muerte es un texto clasificado en el género de Terror.
En su clasificación literaria un cuento es un relato breve en el cual un narrador cuenta las acciones de los personajes.
Un cuento de terror es una narración por lo general breve, que provoca en elector sensaciones de miedo y de angustia. Esto, a través de la recreación de situaciones imaginarias, fantásticas o sobrenaturales.
Características del cuento de terror
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