la que murió de amor Qué ¿hechos son los que se pueden considerar paranormal?​

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Respuesta dada por: holi189
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Se murió de amor, está mas viva que nunca y acaba de cumplir 150 saludables años. Y no es la niña de Guatemala sino Isolda, una parienta más norteña que la de José Martí y en general bastante más robusta. Es la “media naranja” de Tristán y si hay química –y voz– unidos por la palabrita “und” (y) pueden enloquecerse y enloquecer al público. Tristán no es más Tristán, Isolda no es más Isolda, son el otro. Se fundirán al unísono para concitar un monstruo que asustó al mismo Wagner: “Solo se salvarán las representaciones mediocres, una perfecta podría llevar a la locura”. Lo que qpara Bruno Walter “había dejado de ser música” porque era mucho más, una experiencia trascendental, aquello que tanto fanáticos como detractores veían como adicción, como una droga más poderosa que el opio o el alcohol: música. Esa droga letal como el elíxir de amor que ha vertido la hechicera Brangania en la copa con la que Isolda pretende envenenar a Tristán, el asesino de su prometido y sobrino del viejo rey de Cornualles hacia el que la conduce a casarse. Ambos tomarán de esa misma copa, el odio se transformará en amor y el resto será historia.

Hace siglo y medio arribaba el célebre acorde Tristán y revolucionaba la música para siempre. Ese acorde inicial aparentemente inofensivo desataría polémicas, escándalos, estremecimientos, odios y desmayos, será para Leonard Bernstein “el eje central de la historia de la música”, será el punto-G en un drama que visto como coito interrumpido cuya resolución llega en un orgasmo final, en esa transfiguración rotulada Liebestod (muerte de amor). Ese mundo de ansiada noche eterna, ambivalente, impreciso, desde entonces y para siempre llamado “Tristanesco”, de aguas de vida y muerte, de venenos y bálsamos que tan bien describió Susan Sontag en Los fluidos de Wagner, ese fluido esencial que todo lo cambia y aquí alcanza su apoteosis en un viaje sin regreso donde el mar es vehículo y protagonista tácito. Ese ir y venir de un océano frío y oscuro descrito en el preludio y que envolverá al drama musical hasta la última nota.

Cada uno de los tres actos comenzará con desesperada ansiedad atormentando a cada protagonista hasta la llegada del otro, para entonces aliviarse, abandonar la conciencia y penetrar en otra dimensión, lejos de toda convención social y del mundo como obstáculo en un literal aniquilamiento mutuo acunados por una “melodía ininterrumpida” (y que Hollywood usó en 1955 como Melodía interrumpida en su versión libre de la vida de Marjorie Lawrence, la soprano paralítica que se “levantó” cantando la Liebestod). El particular enfoque wagneriano del tiempo –incluso en la duración– la exaltación desmesurada, la confesión íntima en un espacio épico, la voz emergiendo visceral por sobre una orquesta de cien instrumentos, descolocaban a un público enfrentado con algo totalmente nuevo. Y los cantantes se lanzaban a una aventura de resistencia vocal extrema, tan extrema que fulminó a los 29 años a Ludwig Schnorr von Carolsfeld, el primer Tristán, conejito de Indias del tenor heroico. Malvina, su mujer, fue la primera Isolda en el estreno mundial en Munich el 10 de junio de 1865, con el enajenado rey Ludwig II sufriendo a la par en un palco. Dirigía Hans von Bülow, su mujer Cósima Liszt lo abandonaría por Wagner, quien por entonces conjugaba todas las versiones de la leyenda celta de Tristán et Yseult para proyectarse como Tristán en su amor sublimado por Mathilde (Isolde), la mujer de su benefactor Wesendonck (rey Marke); mientras Minna, su primera esposa, hacia mutis por el foro. La realidad wagneriana superaba la ficción.

Pasaron 11 años hasta el próximo Tristán y la máquina de picar voces (y vidas) siguió afilándose. Los directores Felix Mottl y Joseph Keilberth murieron después de dirigirlo en 1911 y 1968 respectivamente. Si sobrevivieron, pocos superaron el reto de encarnar al héroe, desde Jean de Reszke al “gran danés” Lauritz Melchior, los alemanes Max Lorenz, Günther Treptow y Wolfgang Windgassen, el chileno Ramón Vinay y el canadiense Jon Vickers, un animal herido. Con diversa suerte, Siegfried Jerusalem, Rene Kollo, Peter Hofmann y Ben Heppner navegaron el fin del siglo XX mientras Plácido Domingo solo se animó en el estudio de grabación para cumplir con su sueño dorado de tenor inoxidable

G.G uwu espero que te sirva -w-


holi189: graciassss por colocarme coronitaaaaaaaaaaa
holi189: :D
more1122: denada grasias a vos
more1122: :)
more1122: ahre:)
holi189: vos tambien pereses ser de argentina tambien vos
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