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El llamado pensamiento moderno, que no corresponde al pensamiento contemporáneo, tiene tres características bien determinadas. La primera es el objetivismo, es decir, la capacidad de describir fenómenos de manera independiente de quien hace la descripción.
La segunda es el positivismo o, en otras palabras, la posibilidad de identificar leyes o reglas generalizables que gobiernan estos fenómenos. La tercera, derivada de la anterior, es la predicción, que se refiere a, la capacidad de conocer el devenir futuro de un fenómeno si conocemos las leyes que rigen su dinámica, así como sus condiciones iniciales.
Estas tres condiciones delinearon el pensamiento del hombre y la mujer moderna, desde su concepción inicial, con el trabajo de Newton en el siglo XVIII.
Con el desarrollo de la revolución industrial en Inglaterra, en el siglo XIX, esta forma de pensar dio origen a una multiplicidad de roles que, con el tiempo, sirvieron de base para la consolidación de los programas profesionales que ofrecen, aun hoy, las universidades.
Estos profesionales, formados bajo esta concepción de un mundo predecible y maleable, fueron responsables de generalizar una visión del desarrollo basada en una falaz interpretación de la teoría de la evolución de Darwin. Según esta interpretación, sobrevive el más fuerte, y para sobrevivir hay que competir y derrotar al rival.
La naturaleza se reconoció como uno de aquellos rivales a los que había que someter y así se hizo, talando árboles, cazando indiscriminadamente especies para usarlas como fuente de alimento o combustible, secando ciénagas y humedales, y encauzando de manera artificial ríos centenarios.
El lenguaje de la rivalidad se trasladó automáticamente al mundo empresarial, e incluso de manera acrítica, a las aulas universitarias, en donde se forman profesionales aptos para competir en un mundo laboral cada vez más hostil.
La ética de la competencia es muy limitada, pues por principio excluye la posibilidad de un juego de suma positiva, en donde todos puedan ganar. Dicha competencia se basa en un juego de suma cero, lo que unos ganan otros lo pierden. Importa el marcador y no el partido, se valoran los resultados y no el aprendizaje, prevalece el fin frente al proceso y, por lo tanto, cualquier medio puede ser válido, en cuanto se logre el fin.
La llamada crisis de la modernidad y el surgimiento de un movimiento posmoderno es una reacción natural a este estado de cosas.
El constructivismo desplaza al objetivismo y al subjetivismo, y se propone como base epistemológica para comprender el mundo que habitamos. La generalización que plantea el positivismo da paso a la comprensión de leyes como acuerdos siempre válidos en un contexto, lo que Heidegger llamó el objetivismo entre paréntesis. Si el contexto cambia, las reglas deben ajustarse, pero cada nueva regla participa en la delimitación de este contexto.
Las explicaciones causales pierden sentido en el ámbito de lo social y el énfasis pasa de los individuos a las relaciones. Entender y cuidar las relaciones, junto con una interpretación distinta de la teoría evolutiva, en donde la diversidad es el motor del desarrollo, nos lleva de la competencia a la cooperación. Tal vez no descendamos de un chimpancé bravucón y egoísta, sino de un amable y empático primate, primo del anterior, llamado bonobo.
La lógica y la ética de la cooperación abre posibilidades, el otro es reconocido como un legítimo otro en la convivencia, la solidaridad limita la libertad individual, el viaje es más importante que la meta y los fines no justifican los medios. La naturaleza ya no es un rival al que hay que someter, sino parte de una red de la que formamos parte.
Hubo algunos que no tuvieron que pasar por este tortuoso camino para desarrollar este nivel de conciencia.
“El hombre blanco es ingenuo”, le dijo en el siglo XIX un jefe indio al representante de los primeros colonos norteamericanos. Y continuó: “nosotros, hijos de esta tierra, sabemos que todas las cosas están conectadas, como lo lazos de sangre que conectan a una familia. Cualquier cosa que le pase a la Tierra, le pasa a los hijos e hijas de la Tierra.
El hombre no teje la trama de la vida; es simplemente un hilo más en ella, lo que le haga a la Tierra se lo hará a sí mismo”.
Como se habrán percatado, estas reflexiones surgen de observar los efectos, en estos últimos meses, de la ola invernal. Erróneamente estamos elevando a categoría de villano y destructor al agua, fuente primaria de vida. El reto, desde la academia, está en reconocer los vacíos de los modelos que hemos ido construyendo para comprender y relacionarnos en el mundo que habitamos y cambiarlos para que las próximas generaciones puedan tener una mayor probabilidad de sobrevivir en este complejo mundo del que hacemos parte. El reto, para ustedes, está en la apropiación de este pensamiento en las pequeñas actividades que no hacemos, desde lo cotidiano , para tejer la trama de la vida.
Espero que algo de esto te sirva.
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Las características de este tipo de sociedad, que apareció con la Modernidad son: Aumento de la producción a través de la organización y división del trabajo. Desarrollo de fábricas donde se organiza el trabajo. Invención y fabricación de máquinas que reemplazan el trabajo manual.
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