Alejandro Casona
La Tercera Palabra
Acto primero
Exterior ante el porche de una vieja casa de campo con fondo lejano de montañas que
asoman sobre el tejado. Una mesa sólida con algunos libros y cesto de labor, y algunas
sillas rústicas. Quizá una parra o glicina. Quizá un nogal con arriate pero sin olvidar que
estamos ante una casa de vivir, no en una casa de veranear. A la izquierda, tapia bardal con
verja al camino, que seguramente no es carretera. A la derecha, la casa se prolonga y se
pierde en un cuerpo más alto con salida abierta hacia el valle y el río.
Mañana de sol La escena, sola. Se oye la voz de tía Matilde que sale llamando.
Tanto la tía Matilde como la tía ANGELINA, que conoceremos enseguida son dos mujeres
con más fantasía que razón marchitas por la soledad y la soltería. Tal vez su insobornable
manera de vestir las hace parecer un poco más antiguas de lo que son en realidad, ya que
cortesía aparte- no se las debe suponer más allá de los cincuenta y tantos. Matilde más
autoritaria, se inclina peligrosamente a la oratoria. Angelina, más prudente, prefiere la
música. Son dos tipos pintorescos, con cierto aire de abanico y álbum familiar: pero el
autor, que siente por ellas una irremediable ternura, prohíbe expresamente convertirlas en
dos tipos ridículos. En cuanto al tí EUSEBIO, no pretende ser más que un discreto jardinero
de teatro.
La acción, deliberadamente, no tiene tiempo ni lugar determinados, pero es seguro que un
director inteligente la situaría en un paisaje lo más parecido posible al norte español.
y en cualquier época lo más cerca posible de la sonrisa y la paz. Izquierda y derecha, las del
espectador
MATILDE y EUSEBIO
Matilde - ¡Eusebio... Eusebio...!.
Voz DE Eusebio. - Ya va, señora, ya va...
Entra con unas ramas de almendro en flor y la cabeza descubierta vendada con un gran
pañuelo.
MATILDE. - ¿Pero todavía aquí? El tren debe de estar llegando de un momento a otro.
Eusebio. - Hay tiempo de sobra.
Matilde - ¿De sobra? El reloj del comedor tiene las diez y veinte.
Eusebio. - Pero el mío tiene las diez menos cinco. De manera que son las diez y cuarto en
punto.
MATILDE, - ¿Y le parece tiempo de sobra las diez y cuarto para llegar al tren de las diez y
veintidós?
Eusebio - Sin prisa. El tren de las diez y veintidos no llega nunca hasta las once menos
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sip nise que dises abla buwmen
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