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Respuesta:
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Explicación:
Leopoldo Marechal (Buenos Aires, 1900-1970) supo hace mucho tiempo (quizás tuvo la intuición) que en los acontecimientos que se revelan en la tragedia clásica Antígona, de Sófocles, había una resonancia local. De hecho, el devenir trágico, su enunciación, el olor de la tragedia, lo inexplicable que encierra ese mundo doloroso y desgarrador de madres que pierden a sus hijos, irrumpe en su relectura de esa tragedia, Antígona Vélez, con el vigor y la densidad poética de un mito clásico que “resucita” en la pampa argentina durante la segunda mitad del siglo XIX, en medio de una disputa territorial entre indios y blancos. Pero en el tiempo, resuena en un presente constante y sin fronteras donde, inexorablemente, afloran sangrantes las heridas de la última dictadura cívico-militar y, al mismo tiempo, aparecen reflejadas en el cuerpo de Antígona todas las mujeres que luchan por una causa justa.
La muerte es el comienzo. Dos hermanos, Martín e Ignacio Vélez, pelean por pensar distinto y ambos mueren en la contienda. La imagen es trágica y bella. Es teatro. Uno de esos hermanos es sepultado, el otro, Ignacio, no, y ese cuerpo condenado e insepulto es un grito silencioso que sale de la tierra y agita las almas de los vivos, sobre todo, la de su madre sin consuelo. El cuerpo, comido por los pájaros, será la imagen que elijan los que busquen escarmiento para otros, pero la voz “subversiva y desafiante” de Antígona se hará oír con vehemencia.
Marechal, con sabiduría, acciona en un primer plano sobre las “consecuencias” de esa “desobediencia” que vuelve a los otros carniceros (no sólo a los pájaros), algo que esta atinada versión, con un numeroso equipo actoral surgido del espacio de formación de actores de la Comedia de Hacer Arte (Bondi Colectivo Teatral), que comandan Hernán Peña y Cielo Pignatta, logra poner de relieve desde un profundo sentido poético, cargando de significado y de preguntas un modo singular de encontrarle vigencia al relato. Para empezar, la dupla de directores logra algo infrecuente: la veintena de actores, de edades y formaciones diferentes, más allá de algunas presencias verdaderamente notables, aborda un mismo registro de actuación en un inusitado contexto mayoritariamente montado a partir de escenas corales marcadas desde el color y los planos de luz y de sombra. Todos logran atravesar y entender lo que se está contando, consiguen poner en el cuerpo la “instancia trágica” sin forzarla, revelan el dolor que provoca la ausencia irremediable, pero sobre todo, la contradicción y lo antinatural, algo de lo que se vale Marechal para narrar los hechos.
Para eso, este equipo, usa una estrategia en la que esa mujer rebelde, “una que podría haber sido cualquiera”, se acrecienta (se vuelve ineludible hacia adentro y hacia afuera de la puesta) en un puñado de alter egos: todas pueden ser Antígonas, todas las mujeres. Incluso las Madres, las Abuelas, las que perdieron a sus hijos y a sus nietos, también pueden ser Antígona.
A dos frentes y en una calle cuidadosamente iluminada, el tránsito del relato, que se apropia de los recursos de un teatro marcadamente antropológico, encuentra sus momentos, sus recorridos, las potencialidades y el protagonismo de los dos coros (hombres y mujeres), tal como lo sugiere el autor, pero aquí con una impronta diferente. Los cuerpos de los actores son cajas de resonancia: la acción dramática es profusa pero los recursos son los del cuerpo, los que están al alcance del actor, utilizados inteligentemente. Sucede que lo despojado siempre es un desafío: lo que se narra, la virulencia de las palabras, ponen de manifiesto las instancias de un teatro que sólo necesita actores y no otra cosa.
Algunas momentos de esta versión quedarán en la retina como ejemplo de aquello que el teatro puede lograr y provocar en el espectador apelando a la imaginación: con impronta lorquiana, la lluvia, la punzante escena de los pájaros hincando el cadáver de Ignacio, del mismo modo que la de la Luna que contempla su cuerpo inerte y “con los pies hundidos en el agua negra”, e incluso cada una de las apariciones de las brujas, son estructurantes de un relato potente, doloroso y de enorme vigencia.
De hecho, en las “Antígonas” que, como sombras, acechan a través de un coro de voces que se multiplica, están todas las madres que perdieron a sus hijos antes, durante y después de la dictadura: las Madres del Dolor, las de Franco Casco, Pichón Escobar, Luciano Arruga, Jonathan Herrera o el “linchado” David Moreira, entre cientos de pibes. Y también está Milagro Sala, encarcelada injustamente, porque esta Antígona encierra la latencia de un dolor que no tiene explicación, eso que no se nombra, esa mujer que grita y cabalga pidiendo justicia frente a tanta sangre derramada injustamente.
Respuesta:
El trabajo reflexiona acerca de Antígona Vélez de Leopoldo Marechal y de cómo esta obra de arte nos permite repensar la opresión que sufrieron y sufren nuestros cuerpos en Argentina. Se hace un recorrido por la pieza teatral del escritor argentino analizando la rebelión de nuestra Antígona, su suspensión en la instancia negativa del choque de fuerzas dialéctico que propone la obra. El ejercicio de Dialéctica Negativa (Adorno) que lleva adelante la Antígona marechaliana, su carácter revolucionario, nos ayuda a reflexionar críticamente sobre la tragedia de nuestros cuerpos, pasando por la llamada “Conquista del desierto”, en la que se sitúa la pieza y sus resonancias en nuestro presente. A partir de esto, se trabaja sobre cómo la fuerza de Antígona Vélez prevalece en los cuerpos que se resisten a la reproducción de lo idéntico en nuestra historia.