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La Revolución del Consumo novohispana seguramente no alcanzó las dimensiones de la británica o tener sus consecuencias en términos de Revolución Industriosa y Revolución Industrial, entre otras razones porque Nueva España contaba con una población más pequeña y una economía menos dinámica. No obstante, la generalización del consumo de “nuevos” -desde la perspectiva europea- bienes entre los novohispanos está bien constatada desde el siglo XVI.
En una entrada anterior a este blog (“Globalización y Gran Divergencia”) introduje la hipótesis de que la Revolución del Consumo de la Edad Moderna bien pudo haber comenzado en el mundo hispánico y no en el europeo occidental (Holanda y, especialmente, Gran Bretaña) como suele establecerse casi como axioma en una abundante literatura anglosajona. El locus principal de esa Revolución del Consumo, inseparable de la globalización “soft” surgida de la expansión ultramarina europea que se inició desde la Península Ibérica, sería Nueva España. Otros territorios (Macao, Perú, Filipinas, Brasil, España, Portugal, etc.) de las monarquías hispánica y lusa tuvieron papeles importantes en la globalización que precedió a la Revolución del Consumo, pero seguramente no tanto como el de Nueva España.
Esta Revolución del Consumo novohispana seguramente no alcanzó las dimensiones de la británica o tener sus consecuencias en términos de Revolución Industriosa y Revolución Industrial, entre otras razones porque Nueva España contaba con una población más pequeña y una economía menos dinámica. No obstante, la generalización del consumo de “nuevos” -desde la perspectiva europea- bienes entre los novohispanos está bien constatada desde el siglo XVI. Algunos eran autóctonos o de relativamente fácil acceso tras la Conquista del imperio Mexica (chocolate, tabaco y azúcar). Otros son un conspicuo resultado de la globalización “soft”, pues llegaban desde Asia a Acapulco, vía Manila, en el Galeón de Manila (textiles de seda y algodón, loza, especies, etc.). Esta ruta comercial se mantuvo abierta durante dos siglos y medio. Fue inaugurada en 1565, cuando Fray Andrés de Urdaneta encontró el derrotero que hizo posible el “tornaviaje” entre Filipinas y Nueva España. Esta proeza naval de la Edad Moderna –la distancia recorrida se acercaba a los 15.000 kilómetros y sólo se tocaba tierra al llegar a California- perduró ininterrumpidamente hasta 1815. Con algunas excepciones debidas principalmente a problemas organizativos o naufragios, uno, por lo general, o dos galeones al año transportaban entre Manila y Acapulco productos asiáticos de variada índole y procedencia. Manila fue “fundada” en 1571 por López de Legazpi. Enseguida se convirtió en el centro comercial que, por primera vez en la historia de la humanidad, puso en contacto el Extremo Oriente con América. Éste sería, para Flynn y Girádez (2004), el acto fundacional de la globalización ”soft”, ya que nunca antes las grandes masas de tierra de nuestro planeta habían estado en contacto –tanto comercial y monetario como también de otros tipos (tecnológico, artístico, demográfico, etc.)- permanente. No tardó Manila en contar con un nutrido “barrio chino” extramuros (Parián) y en ser visitada por barcos provenientes de China y otros puertos asiáticos. A la numerosa población de “sangleyes” residentes en el Parían (más de 5.000 hacia 1580) se sumó la japonesa, que habitaba en un suburbio llamado Dilao. En 1624, ascendían a unos 3.000.