Respuestas
Explicación:
Recordé un refrán que decía mi tío Franco: “La vida siempre tiene la última palabra”, y le dejé a la valija la palabra final. Puse la llave y la abrí.
En el desorden provocado por las largas peripecias y los bamboleos del barco, había una serie de objetos sin sentido ni valor: un libro escrito en francés, un pequeño frasco de tinta verde, unas viejas cartas con sus sobres, atadas con una cinta amarilla; una mano con articulaciones, como las que usan de modelo los pintores; algunas monedas de distintas épocas y países, envueltas en un paño negro; una muñeca japonesa de madera. Las cartas estaban escritas en alemán y eran de una mujer desconocida; nunca supe qué decían.
Lo más extraño de todo era un caballo de ajedrez de porcelana blanca. A un lado de la cabeza tenía pintado un único ojo azul.