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La filosofía no sirve para nada. Así se titula uno de los capítulos del libro de Miquel Seguró, doctor en filosofía, investigador de la Càtedra Ethos de la Universitat Ramon Llull y profesor de Filosofía de la Universitat Oberta de Catalunya. ¿Empezamos, por tanto, negando la mayor? “Todas las enmiendas a la filosofía desembocan en esta afirmación: la filosofía no sirve para nada –escribe Seguró en La vida también se piensa, publicado por Herder– (…). Y, en parte, la crítica es comprensible. Pongamos que alguien sin conocimientos filosóficos toma un día un libro de historia de la filosofía. Supongamos, además, que lo hace con (…) ganas de descubrir qué han dicho Platón, Aristóteles, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, Descartes, Hume, Kant, Nietzsche o Heidegger acerca del mundo y su última verdad. Quizá sienta, al poco de empezar a leer, que está frente a una serie de sistemas que, a priori, poco tienen que ver con sus preguntas, pero aun así persiste. (…) Es fácil que a medida que avance vaya constatando que, en vez de encontrar una respuesta a sus interrogantes, es llevado a un campo de posibilidades cada vez más abierto y confuso. Se detiene en un autor, Platón, y concluye que en lo que va explicando acerca del conocimiento y las ideas tiene mucha ‘razón’. Luego echa un vistazo a las páginas dedicadas a David Hume, el empirista inglés del siglo XVIII que afirmaba que el verdadero conocimiento proviene de los sentidos, siendo las ideas nada más que copias de las impresiones, y también le parece que no le falta razón. ¿Cómo puede ser?”.
Así que la simple pregunta de si la filosofía sirve para algo nos permite ya filosofar, empezar a tirar del hilo del conocimiento y el pensamiento crítico e ir descubriendo de qué hablamos cuando hablamos de filosofía. Cuando esa persona sin conocimientos filosóficos que cogió el libro de historia de la filosofía intente averiguar dónde está la verdad, cuál de los dos filósofos dice lo correcto, “reconstruirá al primero a partir de las críticas del segundo, esto es, interpretará al idealista Platón desde las carencias que detectaría el empirista Hume”, dice Seguró. O al revés: la idea puede invertirse, porque las mismas razones con las que echa por tierra la teoría de Platón sirven para cuestionar la de Hume. “Puede que, en el fondo, las impresiones no sean más que arquetipos o ideas que reconoce un sujeto de una realidad que presuponemos objetiva y que creemos material. ¿Resultado? Más confusión. Si antes ambos tenían razón, ahora parece que los dos están equivocados”. O sea, un gran ovillo hecho un lío que, una vez que empiezas a intentar desenredarlo, cada vez se complica más y más y más. “Algo que, en definitiva, no sirve para nada”, explica Seguró.
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