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Robi me entregó tu nota de despedida. Además, si hemos de ser justos debemos reconocer que tú, amorcito, tuviste tanta o más culpa que él. De no haber sido por los dichosos condensadores de vidrio, nada hubiera ocurrido. Seguramente, en tus horribles krukos saturnianos.
La fábrica envía los robots al mercado con la etiqueta «Un buen robot todo lo puede», y hasta un niño pequeño sabe el trabajo que cuesta borrarles esto de su pequeño cerebro de metal. Debes olvidar el asunto del quitamanchas. Sé honesto y reconoce que la culpa no fue del todo suya. Estás obsesionado con el incidente del laboratorio.
No sabes cómo me alegró que Robi hubiera terminado –al menos durante algún tiempo– con esos escabrosos experimentos tuyos. «¡La culpa es del robot!», fue tu primer bramido a la mañana siguiente del «desastre» –cómo tú lo llamaste–, sin tener en cuenta para nada que el pobre Robi estaba delante y que eso puede ser fatal para su mecanismo. Aunque los ojos se te cerraran de sueño, jamás debiste encomendar a Robi la limpieza del laboratorio cuándo se ofreció, con su mejor voluntad, para ello. Y mucho menos pedirle que arrojara unas lagartijas muertas por el caño de la basura.
El hecho de que Robi se haya confundido y en lugar de tus lagartijas vaciara los pomos donde estaban los krukos vivos, no tiene tanta importancia. Si a tus «adorables» krukos se les ocurrió salir del caño, regresar al laboratorio, romper dos frascos de tinta marciana «Eterna», comerse los ratones de experimentación y diseminar tus ininteligibles papeles de apuntes por toda la habitación, ciertamente nada de eso le atañe a Robi. Él no hizo más que cumplir la orden de tirar las lagartijas muertas. Antes bien, debiste haber utilizado a tus infames krukos como animales de experimentación puesto que se habían comido a tus ratones, en vez de ponerte a dar gritos como un desaforado en presencia del pequeño.
Los krukos te tienen tan embobecido que sólo se te ocurrió acogerlos, hablarles como si fueran niños y meterlos de nuevo amorosamente en su jaula. No sé qué pensarían nuestros amigos si te vieran parado frente a la jaula contemplando a esos horribles bichos que sólo saben hacer muecas y sacarle la lengua a uno. En estos momentos Robi está aquí, a mi lado.