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Publicado por primera vez en Alemania, en 1979, no llegaría a traducirse al español hasta 1985 por Alfaguara (traducción de José Miguel Rodríguez Clemente), y no sería hasta diez años más tarde, cuando siendo yo una niña con la cabeza llena de rizos y tonterías, lo leería por primera vez.
Claro que ya había oído hablar de vampiros, estoy segura de haber visto alguno en televisión antes de aquel momento. Sabía que existían (en la ficción) y que no eran seres precisamente amigables, pero El pequeño vampiro abrió definitivamente la puerta de lo fantástico para mí. Recuerdo pasar las tardes leyendo uno tras otros los libros de la saga que sacaba de la biblioteca, mientras aprendía nuevas palabras y conceptos al mismo tiempo que deseaba con todas mis fuerzas que un vampiro llamase a la ventana de mi habitación cada noche antes de dormir.
El año pasado me compré el primer libro de la colección, una tercera edición de Loqueleo (proyecto editorial de ficción infantil y juvenil de Santillana). Leerlo otra vez ha sido una experiencia entrañable y curiosa. Según iba avanzando en la historia, recordaba algunas de mis reacciones cuando lo leí por primera vez. Me ha resultado interesante redescubrir personajes y lugares que ya conocía, pero que no recordaba hasta que los he vuelto a leer.
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