• Asignatura: Química
  • Autor: este54914
  • hace 6 años

cuento en primera persona. slgun titulo p niños​

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CONFESION DE UN PSICOPATA

Dime verdades” susurré al viento matutino con la sazón desesperada de mi propia subsistencia. Allá, en la morada sin techo, muros o ventanas, junto al árbol del parque del olvido. Atrapado en pensamientos enfermizos que heredé de la claustrofobia de las llanas de mi calabozo sin rejas, vasto, extenso como atiborrado de vacíos peligrosos. En las claras y ofuscas. En las esperas muertas a manos de la desesperanza o en el silencio que nunca calla, y adorna lo nefasto con destellos fantasía cuando cualquier sonrisa me es concedida en la desolada acera limosnera, sin moneda recompensa. Solo mueca y espalda.

Sí, tanta frustración despierta temor que se torna ira. Al ver el irrefutable hecho de mi invisibilidad en el refulgir prepotente de ciegos que ven, de almas temerosas. De moneda tirada en la caja de la única opción que me guarda encadenado a la celda del fuego, corrosión, laceración espiritual y locura.

Y cuando nada resta por las nulas expectantes. Y cuando el sol me evita buscando otros amaneceres en distintos más afortunados. Y cuando la luna me invita, el frío abraza y el miedo impera. Salgo de la invisibilidad forzosa para sembrar justicia errónea. ¿Sabes por qué?

Porque puedo, quiero y me reinvindico en la sala de los infiernos…Mi última parada.

“…Dulce queda en el paladar juerguista de joven esbelta, mientras transcurre hacia el lecho de noche consuma, sola.

Gira las esquinas inerme, ritmando con sus tacones aguja la gesta oscura de mis funestos anhelos, secuestrada por la falsa esencia de la seguridad incierta que ofrece el credo político aceptado en lo social, mentiroso en su fondo, superficie o lejanía. Y en el segundo efímero que todo lo cambia, entre penumbras hogar del descampado escenario, avanzo con sus miedos en mis manos y rapto inocencias a mordiscos.

Ni sus alaridos, ni sus súplicas. Ni su cartera o la fe ciega recién aflorada gracias al imprevisto delirante de una muerte agónica, inesperada…Paran lo injusto del imperceptible y su festín cena.

Otro segundo congelado en mi cabeza es recompensa, imagen tétrica de filo jugando con carne, discutiendo con hueso al son gutural de la mortecina expuesta, música para mi demencia…sí, del gran gozo para el invisible limosnero de la calle esperanza con esquina navajas, silencios, soledades, locura y caza nocturna… El no visto que aguarda, salta, muestra y venga. Por culpa de vuestro ninguneo impuesto.”

Ese soy. El que no adviertes y te espera

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