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En los últimos años y en particular en el primer lustro del siglo XXI hemos asistido a sucesivos e inquietantes acontecimientos de muy distinta naturaleza, pero entrelazados entre sí, de enorme complejidad y gran impacto, que exigen respuestas urgentes e igualmente complejas. Estos acontecimientos (catástrofes naturales, grandes atentados terroristas, guerras globales denominadas “preventivas”, etc.) que se producen en un contexto de globalización, más que otra cosa van confirmando una sociedad del riesgo en la que nos vamos instalando haciéndonos a todos los seres vulnerables. Una sociedad que cabalga en un modelo desbocadamente entrópico e irremediablemente mundial, pero crecientemente injusto, desigual e insostenible. Los movimientos sociales, y particularmente los movimientos antisistémicos, considerados como sujetos históricos de cambio, tienen ante sí múltiples desafíos para reorientar y construir un nuevo paradigma. En este texto, a la luz de las respuestas inteligentes(frente a las respuestas desesperadas), de las nuevas experiencias participativas, de la emergencia de un sujeto ético, de las nuevas alianzas que intuimos en, por ejemplo, los Foros Sociales Mundiales; se quiere dar cuenta de la convergencia posible, probable, necesaria para asumir la complejidad de la acción colectiva. Cuatro son los desafíos que abstraemos de las nuevas experiencias societarias y todas ellas tienen que ver con la calidad de la democracia, de una democracia reflexiva y por tanto compleja: la democracia participativa, la democracia económica sustentada en la economía social y solidaria, la democracia ambiental fundamentada en la sostenibilidad y la democracia cultural expresada en un sentido de la interculturalidad.
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