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Sin embargo, las lecturas son diferentes entre unos y otros, para los gobiernos de izquierda esto es algo “revolucionario”, pero para la derecha es simplemente más y mejor mano de obra calificada y principalmente más consumidores. La izquierda progresista se ufana de ello, cuando en realidad no han sido capaces de hacer algo más, tan solo poniéndose al mismo nivel de la derecha. Los mismos resultados, pero los unos lo leen como algo extraordinario y los otros como algo necesario.
En todo caso, éste es un mérito relativo para derechas e izquierdas, pues a medida que el estado de bienestar de Europa ha ido bajando y la situación de China y EEUU ha ido desmejorándose, los mercados han comenzado a reducirse y los gobiernos de las periferias se han visto obligados a reducir las ayudas sociales. Consecuentemente, los que salieron de la pobreza nuevamente están volviendo a ella, como ya se ha visto en algunos países latinoamericanos: Brasil, Ecuador, Bolivia. En otras palabras, el socialismo del siglo 21 logró una mejor distribución y redistribución de la renta, pero no a nivel de los ingresos propios, lo cual sí hubiera sido realmente revolucionario rompiendo la dependencia hacia lo privado y lo estatal. El paternalismo de la izquierda distributiva y de la derecha caritativa funciona un tiempo, pero luego se caen en los interminables saltos cíclicos del capitalismo.
Lo que no pasa entre los ricos, pues si bien en este periodo de bonanza económica mundial los empobrecidos salieron de la miseria pero siguieron siendo pobres en última instancia, en cambio los ricos se hicieron mucho más ricos de lo que ya eran. Los datos económicos señalan[1] que la desigualdad entre países se redujo mientras que la desigualdad dentro de cada país aumentó, lo que quiere decir que fueron básicamente los ricos de cada país los beneficiados, es decir, a nivel exterior los países aparecen como mejores en su macroeconomía, pero a su interior la situación es de mayor brecha entre ricos y pobres. En definitiva, si bien disminuyó la pobreza aumentó la desigualdad entre unos y otros.
No contentos con ello, las élites económicas neoliberales fueron exigiendo a los Estados pagar menos impuestos, con el argumento de que esto beneficiará a los pobres, ya que ellos con más dinero podrán hacer que les caigan gotas más gruesas. Algo que no sucedió así y tan solo se aumentó la concentración en pocas manos, en aquellos países que bajaron los impuestos. Sin embargo, lo que no se dan cuenta los economistas de la derecha, es que la monopolización en el largo plazo perjudica a todos, en tanto el capitalismo se deforma por la ampliación de la desigualdad con las consecuencias que ello provoca. Y al contrario, el capitalismo se fortifica cuando los ricos pagan más impuestos -según han demostrado algunos economistas-, así por ejemplo, Peter Diamond premio nobel de economía y quizás el máximo experto en finanzas públicas en el mundo. La lógica es sencilla: cuando bajan los impuestos o se aplica el “capitalismo salvaje”, se produce una mayor concentración del capital en pocas manos (OXFAM), lo que provoca que hayan más pobres y como consecuencia menos trabajadores calificados y menos compradores.
Esta mayor desigualdad perjudica a todo el sistema, como vamos a ver con los siguientes datos que nos aporta el joven investigador Trajan Shipley: “En Estados Unidos, el salario de los directores ejecutivos de las 350 empresas más grandes era en 1965 20 veces superior al del empleado medio; en 2012 era 273 veces superior. Mientras tanto, en China, al mismo tiempo que millones de ciudadanos salían de la pobreza, la riqueza del 10% de la población más rica aumentó a costa del 90% restante. […] En Estados Unidos, la esperanza de vida bajó en 2015 por primera vez en más de 20 años, y la diferencia entre la esperanza de vida entre los ciudadanos con salarios altos y bajos sigue agrandándose. Esto es así porque parece existir una correlación entre la desigualdad y una variedad de problemas sociales y de salud. Por si fuera poco, la OCDE concluyó que la desigualdad afecta negativamente al crecimiento económico, hasta el punto de que países como México o Nueva Zelanda han llegado a perder diez puntos porcentuales de crecimiento económico como consecuencia de la desigualdad en las últimas dos décadas. […] Más aún, en Estados Unidos se ha constatado empíricamente la relación directa entre un aumento de la desigualdad y el ascenso del populismo, especialmente el que pone de manifiesto y ofrece un discurso que critica los efectos de la globalización, principalmente el aumento de la competencia internacional y la pérdida de puestos de trabajo industriales.[2]
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