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“Lo que no me deja dormir es, no la oposición que puedan hacerme los enemigos, sino el atravesar estos inmensos montes”, le dijo San Martín a su amigo Tomás Guido en junio de 1816, siete meses antes de encarar el cruce de la Cordillera con cerca de 6.000 hombres, 10.000 mulas, 1.600 caballos y todos los víveres, abrigos, pertrechos para la guerra y el hospital de campaña. Quien haya cruzado los Andes hoy día en cualquier vehículo bien equipado entiende cabalmente que la gesta sanmartiniana fue prodigiosa. Porque además de improbable, por las temperaturas, distancias, alturas, precipicios y falta de caminos, ese ejército de hace 200 años no había conseguido equiparse como precisaba.
Lo que no le mandaban de Buenos Aires, San Martín buscaba recolectarlo en Cuyo (por entonces, Mendoza, San Juan y San Luis), donde fue gobernador desde agosto de 1814. Animales, provisiones, elementos, dinero, hombres. Con la persuasión y con la fuerza. Lo agradeció: “Dénme tres pueblos como Cuyo y libertaré toda América”.
¿Cómo se alimentó esa cantidad de hombres y animales que atravesó los Andes por seis pasos y llegaron a Chile simultáneamente? ¿Que, en algunos casos, debieron hacer casi 400 kilómetros y pasar por trechos de hasta 4.500 metros sobre el nivel del mar?
Óleo sobre tela de François Bouchot (1828)
Las exactitudes no abundan, tal vez en parte por la guerra de zapa (o de nervios) de la que San Martín se valió para confundir a los realistas, tal vez porque lo que se consiguió no era todo lo que se necesitaba, tal vez un poco por todo.
Al parecer, cada soldado llevó encima 3,5 kilos de charquicán o guiso valdiviano, según las versiones, consistente en una especie de masa formada por charqui molido, cocinado en grasa, ají y cebollas, a la que se le agregaba agua caliente y maíz tostado, que debía distribuir en raciones diarias durante 8 días.
El ejército también llevó aguardiente y vino, presumiblemente en toneles.
El historiador Pablo Camogli aborda específicamente el problema de la logística del cruce. Para la alimentación de los hombres, dice, “el ejército transportó 3.500 arrobas de charqui (40.250 kilos)”, carne que, al estar deshidratada, se conserva y pesa mucho menos. Él estima que se debieron requerir 143 mulas para ese transporte, restando lo que cada hombre llevaba en su mochila.
El ejército de San Martín también habría llevado 600 vacas para disponer de carne fresca, a razón de una vaca cada cien hombres.
Agrega que la ración diaria incluía 400 gramos diarios de galleta por persona, durante 15 días: 300 mulas más. Pero prácticamente descarta que hayan llevado queso y alimentos secos, como almendras, nueces, higos, pasas de uva y orejones, salvo quizá en las etapas iniciales de la travesía.
Carta de San Martín pidiendo víveres.
San Martín había mandado a acopiar las cebollas de todo Mendoza a fin de diciembre de 2016, pues servía “como medio de combatir la puna”, o apunamiento, mal de altura, Mal Agudo de Montaña (MAM). Al igual que el ajo, son vasodilatadores, con lo ayudan a que la sangre circule más fluida y transporte el oxígeno con menor esfuerzo del corazón.
Como no disponía de cantimploras, San Martín había ordenado, en noviembre de 2016, que “todas las carnicerías de la ciudad y suburbios lleven, a la Maestranza, todas las astas de las reses que matan”, para construir chifles (especie de cantimploras) para transportar el agua.
El ejército también llevó aguardiente y vino, presumiblemente en toneles. En condiciones tan precarias en un medio tan hostil, con horas sin sombra, vientos fortísimos y una variación térmica enorme que por la noche es varios grados bajos cero, poco alimento, malestares y vértigo, accidentes y bajas, y todo para ir a un combate difícil de prever, es probable que el vino fuera una ayuda indispensable. El aguardiente permitiría paliar el frío y quizá también soportar mejor las heridas.
Para abrigar mejor a los soldados, San Martín había mandado también buscar todos los restos de lana de Cuyo, para que metieran entre la ropa y acrecentaran el aislamiento térmico.
También los animales precisaban alimento, en esa travesía por lugares donde definitivamente no hay pasturas. Según Camogli, solo en el paso de Los Patos, por donde habrían ido cerca de 7.000 mulas, “se requirieron 341.250 kilos para alimentarlas durante todo el recorrido”, a razón de 48,75 kilos de forraje para cada una durante la travesía. Así, habrían sido necesarias 2.650 mulas para ese acarreo. Tan necesarias eran que es posible que muchas de silla hayan sido usadas como de carga, dejando a pie a muchos soldados.