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Isaac y Jacob fueron preordinados para llevar a cabo sus responsabilidades, pero fue por su dignidad personal que justificaron su llamamiento para perpetuar el convenio. Desde la época de estos grandes patriarcas, todos los elegidos del Señor han venido a la tierra a través de su descendencia o han sido adoptados en su linaje. En el Antiguo Testamento Jehová es llamado, repetidamente, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Por lo tanto, es importante que comprenda no sólo quién fue Abraham, sino además por qué el Señor eligió a Isaac y a Jacob para ser los primeros de la casa de Israel.
Al comenzar a estudiar la prolongación de la línea del convenio, recuerde lo siguiente: A veces nos inclinamos a simplificar demasiado el concepto de un pueblo que ha hecho convenio y la herencia de ciertos grupos humanos. Por ejemplo, nos inclinamos a pensar en los árabes como descendientes de Ismael o Esaú, en los judíos como descendientes de Judá, en los aborígenes americanos y en los habitantes de las islas del Pacífico Sur como descendientes de Lamán, etc. A grandes rasgos esto es verdad, naturalmente, pero a través de siglos de casamientos y conversiones, las “líneas de sangre pura” (expresión imposible en la realidad) de los distintos antepasados se han visto ampliamente mezcladas. Podemos asegurar que durante casi cuatro mil años los descendientes de Isaac se han mezclado con los descendientes de Ismael y de los otros hijos de Abraham. Sabemos que después que las diez tribus fueron llevadas al cautiverio, el término judío fue usado en un sentido nacionalista (refiriéndose a un miembro del reino de Judá) y no solamente cuando se habla de los descendientes de Judá, hijo de Jacob. Así tenemos que Lehi, que era descendiente de Manasés (véase Alma 10:3), e Ismael y sus hijas, que eran del linaje de Efraín (véase Erastus Snow, en Journal of Discourses, 23:184-85), eran judíos porque vivían en Judá.
En el Libro de Mormón se usa el vocablo lamanita en un sentido espiritual (para señalar al que había apostatado de la verdad), así como también para señalar a la descendencia de Lamán (véase 4 Nefi 1:38). Un ejemplo posterior de cómo las líneas de sangre se mezclan se encuentra en la conversión de toda una nación al judaismo en el siglo VIII a. C. La mayoría de los habitantes del pueblo de los Kha-zars, en la región que hoy en día es Rusia, se convirtieron al judaismo (véase Encyclopedia Judaica, “Khazars”, 10:944-47). Muchos judíos modernos de Europa pueden trazar su linaje hasta los miembros de aquel grupo, quienes fueron gentiles hasta el año 740 a. C.
Los negros africanos de Etiopía dicen ser descendientes del rey David a través del casamiento de Salomón con la reina de Saba (véase 1 Reyes 10:1-13; Encyclopedia Judaica, “Etiopía”, 6:943). De manera que es posible que la sangre de Israel se haya esparcido también por Africa.
Aunque hoy en día hay grupos que podrían ser considerados predominantes de Israel o predominantemente gentiles, es casi seguro que se puede encontrar sangre de ambos linajes en la mayoría de los pueblos de la tierra. Lo importante es que ser de Israel, o integrantes del pueblo del convenio, requiere fidelidad así como también linaje de sangre. Así tenemos, tal como lo dijo Nefi, que el arrepentimiento y la fe en el Santo de Israel es lo que determina si una persona es del convenio o no (véase 2 Nefi 30:2), concepto enseñado también por Pablo (véase Romanos 2:28-29). En otras palabras, aunque el linaje de sangre es significativo, es más importante la fidelidad o infidelidad del individuo. A medida que lea la historia del pueblo del convenio, verá que este concepto fue enseñado desde el principio.