El hombre, cansado, sube al ascensor. Es una vieja jaula de hierro. El ascensorista viste un uniforme rojo. Aunque lo ha cuidado tanto como ha podido, se notan los remiendos, la tela gastada, el brillo perdido de los botones. –Último piso –indica el pasajero. El ascensorista se había adelantado a sus palabras, y ya había hecho arrancar el ascensor. –¿Cómo andan las cosas allá afuera? ¿Llueve? – pregunta el ascensorista. El pasajero mira su impermeable, como si ya no le perteneciera del todo. –Sí, llovió en algún momento del día. – Extraño la lluvia. –¿Hace mucho que trabaja aquí? –Desde siempre. –¿No es un trabajo aburrido? –No tanto. Hablo con los pasajeros. Me cuentan sus vidas. Es como si viviera un poco yo también. –El viaje es corto. No hay tiempo para hablar mucho. –Con una frase, o una palabra, a veces basta. Otros se quedan callados, y también eso es suficiente para mí. Los dos hombres guardan silencio por algunos segundos. Apenas se oye el zumbido del ascensor. –Déjeme un recuerdo, si no es una impertinencia. El hombre busca en los bolsillos. Encuentra un reloj al que se le ha roto la correa de cuero. – Gracias. Lo conservaré, aunque no miro nunca la hora. El pasajero siente alivio por haberse sacado el reloj de encima. –Estamos por llegar –dice el ascensorista–. Ah, le aviso, el timbre no funciona. Verá una puerta grande, de bronce. Golpee hasta que le abran. No se desanime si tiene que esperar. Siempre terminan por abrir. El ascensor deja atrás las últimas nubes y se detiene. TENGO QUE CONVERTIRLO EN PRIMERA PERSONA PROTAGONISTA AYUDAAA!!
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subió a un acensor iba todo cansado,era un jaula de hierro. El ascensorista viste un uniforme rojo. Aunque lo ha cuidado tanto como ha podido, se notan los remiendos, la tela gastada, el brillo perdido de los botones. –Último piso –indica el pasajero. El ascensorista se había adelantado a sus palabras, y ya había hecho arrancar el ascensor. –¿Cómo andan las cosas allá afuera? ¿Llueve? – pregunta el ascensorista. El pasajero mira su impermeable, como si ya no le perteneciera del todo. –Sí, llovió en algún momento del día. – Extraño la lluvia. –¿Hace mucho que trabaja aquí? –Desde siempre. –¿No es un trabajo aburrido? –No tanto. Hablo con los pasajeros. Me cuentan sus vidas. Es como si viviera un poco yo también. –El viaje es corto. No hay tiempo para hablar mucho. –Con una frase, o una palabra, a veces basta. Otros se quedan callados, y también eso es suficiente para mí. Los dos hombres guardan silencio por algunos segundos. Apenas se oye el zumbido del ascensor. –Déjeme un recuerdo, si no es una impertinencia. El hombre busca en los bolsillos. Encuentra un reloj al que se le ha roto la correa de cuero. – Gracias. Lo conservaré, aunque no miro nunca la hora. El pasajero siente alivio por haberse sacado el reloj de encima. –Estamos por llegar –dice el ascensorista–. Ah, le aviso, el timbre no funciona. Verá una puerta grande, de bronce. Golpee hasta que le abran. No se desanime si tiene que esperar. Siempre terminan por abrir. El ascensor deja atrás las últimas nubes y se detiene